Hace tiempo que un buen amigo insiste en que lo peor del Mallorca actual es que ha matado la ilusión de sus seguidores. Estoy hablando de alguien que no se perdía un partido y en cambio en lo que llevamos de liga solo ha ido dos veces a Son Moix, el primer partido de cada vuelta. Si estamos de acuerdo en que las personas nos movemos por ilusiones, es verdad que no se ha dado el menor motivo para despertarlas. José Luis Saso fue el primer entrenador que me habló de ello, pues creía que expectación generada en la víspera de cada jornada, se convertía en decepción el día después. Y el club que dirige Maheta Molango, aparte del presidente y en ausencia de los accionistas, infunde una frustración tras otra.
La primera temporada que Luis Aragonés estuvo en Palma, en la quinta jornada solo había sumado un punto al empatar en casa con el Valladolid. Fue cuando lejos de perseverar en la poca fe, dijo aquello de que “si este equipo baja a segunda división, yo me tiro al agua de la Bahía”. Han transcurrido años y ahora impera el caos, tanto que nadie se atrevería ahora a afirmar algo semejante. Al contrario, alguno probaría el chapuzón con tal de lograr la permanencia. Sin embargo mantener la categoría no genera anhelo de ninguna clase y el público se cita en el estadio no para compartir un triunfo, sino para contemplar cómo se elude la catástrofe.
Bajo una continua cascada de tópicos, Olaizola recurre a las frases hechas, “ganar por lo civil o lo criminal” y cuando sale de ellas confunde los términos porque no es lo mismo vencer para descolgarse, que hacerlo para no colgarse. En el fondo tiene razón, aunque se exprese a su modo, porque perder contra el Rayo Vallecano rozaría el suicidio por ahorcamiento.