El periodismo balear ha sido testigo, con perplejidad y preocupación, de un ataque intolerable a la democracia protagonizado por el portavoz socialista, Iago Negeruela. Su negativa a responder la pregunta de un periodista, amparándose en la excusa de que representaba a un “no medio de comunicación” y en que “difícilmente se le podía considerar un periodista”, constituye un hecho lamentable y profundamente revelador.
Resulta curioso descubrir que, entre las múltiple responsabilidades del señor Negueruela, se encuentre la de repartir carnets de periodista y dictaminar la validez de los distintos medios de comunicación. Como si, de algún modo, su juicio personal fuera el que decidiera sobre la legitimidad de quienes ejercen una profesión esencial para la salud democrática.
Lo más preocupante, sin embargo, no es la conducta chulesca del portavoz del PSIB-PSOE, sino el silencio cómplice del resto de periodistas que atendieron a la rueda de prensa. Compañeros de profesión que, en lugar de defender la libertad de expresión y alzar la voz ante tal despropósito, prefirieron agachar la cabeza. Aferrarse al confort de una línea editorial y salvar los muebles es una decisión cobarde que no casa con los principios éticos que deberían regir la profesión.
Lamentablemente, este vergonzoso episodio no es un caso aislado. Hace apenas una semana, Lluís Apesteguía, alcalde de Deià y diputado de Més per Mallorca, arremetía contra los periodistas en términos similares, molesto por tener que hacer frente a cuestiones que no eran de su agrado. Incluso se dió el lujo de afirmar que “el periodismo está en crisis”. Ante esto, me pregunto si la verdadera crisis no radica en concederles carta blanca para esquivar las preguntas incómodas.
Quizá los señores Apesteguía y Negeruela no se hayan percatado que entre sus obligaciones está la de ofrecer explicaciones claras sobre su actividad política. Es un derecho -no un favor- que los ciudadanos exigen a través de los periodistas, su principal vehículo para conocer la verdad y trasladar sus preocupaciones.
Solo me queda esperar, con cierto recelo, que si el día de mañana un político se niega a responder alguna de mis preguntas, mis compañeros de profesión me respalden. Que no agachen la cabeza y se planten, no solo en defensa de su oficio, sino en defensa de la libertad de expresión porque con ese silencio cómplice, el periodismo no solo pierde su fuerza, sino también su razón de ser.
Juan Bartolomé Cañellas Amengual