Hace unos días, viendo de nuevo Excalibur y Skyfall, me convencí ya del todo de que cada uno de nosotros tiene una misión en esta vida. La del Rey Arturo era recuperar el Santo Grial, la de James Bond suele ser salvar el mundo cada dos o tres años y la mía sería encontrar alguna vez a una auténtica mujer fatal y contárselo luego a ustedes.
Soy consciente de que si viviera en París, Los Ángeles o Nueva York, mi búsqueda hubiera sido mucho más sencilla y habría acabado además hace ya bastante tiempo, sin descartar la posibilidad de que yo mismo me hubiera visto arrastrado por una pasión cegadora y autodestructiva. Pero, qué le vamos a hacer, resulta que yo vivo aquí en Palma.
El primer escollo para poder hallar a una auténtica femme fatale es que aún no he conocido a nadie que se presente diciendo: «Hola, buenos días, encantada. Soy una mujer fatal». Y tampoco resulta nada fácil que uno se atreva a preguntar a una desconocida: «Perdone, ¿es usted una vampiresa? Dicho sea con la mayor consideración y respeto».
Así que, como los buenos detectives, uno se tiene que guiar siempre por unas pocas señales y por dos o tres indicios. Para saber si podríamos estar o no ante una posible mujer fatal, ya sea en una librería, en un café o en un acto público, nuestra interlocutora debería tener un cierto aire a heroína del cine negro de los años cuarenta o cincuenta.
Sin ánimo de resultar ahora demasiado exhaustivo, estoy pensando en actrices como Veronica Lake, Rita Hayworth, Gloria Grahame, Lauren Bacall, Barbara Stanwyck o Lana Turner, a las que podríamos añadir Linda Fiorentino o Sharon Stone mucho más recientemente, por poner unos pocos ejemplos de perturbadoras vampiresas cinematográficas.
Además, nuestra hipotética antagonista debería ser inteligente, perversa, misteriosa, sensual, independiente, atractiva y elegante, con un especial cuidado en el vestir y en los complementos, siendo del todo imprescindibles las gafas de sol —aunque el día esté nublado y amenace tormenta—, los pañuelos de seda y los zapatos de tacón de aguja.
Teniendo en cuenta que en Palma viven ahora unas cuatrocientas mil personas, parece razonable pensar que entre ellas debe de haber alguna mujer fatal que reúna todas esas características casi irrenunciables. Incluso es posible que haya alguna vampiresa en algún otro rincón de la isla. Pero lo cierto es que, por ahora, yo aún no las he encontrado.
Quizás tendría algo más de suerte si me reconvirtiera profesionalmente y empezase a escribir crónicas de sociedad. Tal vez entonces conocería a dos o tres mujeres fatales casi en cada fiesta. De momento, mi impresión personal es que, en el fondo, las misiones del Rey Arturo y de James Bond eran bastante más asequibles y descansadas que no la mía.