Los partidos extraparlamentarios o radicales acostumbran a abominar del llamado voto útil. Naturalmente, ningún demócrata puede negar el derecho a cualquier ciudadano a escoger aquella opción que libremente quiera, pero el ejercicio de la política -y votar es su más importante manifestación- requiere también de responsabilidad, porque de la decisión individual de cada uno de nosotros depende, al fin y al cabo, el progreso o la regresión de toda la sociedad.
El voto útil cuenta con detractores, especialmente en aquellos sectores que sufren con un esquema parlamentario más o menos bipartidista. Pero no es, como en ocasiones se acostumbra a señalar, una limitación a la libertad individual -pues cualquier ciudadano puede decidir soberanamente no hacer uso de él-, sino una muestra libérrima de responsabilidad política del elector.
El próximo 26 de mayo estamos convocados a las urnas para elegir representantes en cuatro instituciones democráticas.
Los sondeos electorales marcan claramente qué fuerzas se sitúan en la marginalidad y la irrelevancia política, incluso aun cuando logren alguna representación.
Cada voto que los ciudadanos depositamos en esas fuerzas marginales -a menudo extremas en sus planteamientos- favorece las pretensiones del bando opuesto de la asamblea de que se trate.
Lo hemos experimentado hace bien poco, con ocasión de las elecciones generales.
Por cada diputado conseguido, a duras penas, por la fuerza minoritaria de la extrema derecha, sin ninguna relevancia para conformar mayorías, el centroderecha en su conjunto ha perdido muchos más, lo que ha proporcionado una mayoría al conjunto formado por las izquierdas y partidos independentistas de la periferia.
No se trata, pues, de defender hemiciclos bicolores, pues la pluralidad es una base de nuestro sistema, sino de votar a aquellas formaciones cuya representación sea realmente útil para el gobierno de la sociedad y no solo para resolver la vida de aquelos a quienes votamos.
En Balears tenemos tres formaciones de centroderecha con posibilidades reales de obtener una representación relevante en el Parlament para la conformación de futuros gobiernos: El Partido Popular, Ciudadanos y El Pi. Obviamente, todas ellas presentan suficientes matices programáticos como para que un ciudadano disponga de una pluralidad de opciones moderadas a su gusto, alejadas de extremismos populistas que son el cáncer de Europa, como hemos visto sin ninguna duda en el Reino Unido y algunos países del continente, incluido el nuestro.
Existen muchas formas de manifestar el hartazgo, el cabreo o la indignación por el mal funcionamiento con el que algunos partidos tradicionales nos han castigado en los últimos años, pero el voto a opciones extremas es, probablemente, la menos inteligente de todas ellas.