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El reloj de pulsera

Por Josep Maria Aguiló
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jmaguilomallorcadiariocom/8/8/23
sábado 02 de abril de 2022, 06:00h

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En los años de mi infancia, uno de los regalos más preciados que solíamos recibir cuando hacíamos la Primera Comunión era un reloj de pulsera. No sé si en la actualidad debe de seguir siendo así, pero intuyo que los obsequios hoy más esperados en esa hermosa celebración posiblemente sean otros.

Entre los posibles regalos que podían hacernos también entonces en una fecha tan señalada se encontraban, casi siempre, un globo terráqueo iluminado, una cantidad de dinero —que en pesetas siempre parecía una pequeña fortuna— o una cajita con una pluma estilográfica, que con un poco de suerte podía ser una Parker o una Montblanc.

En mi caso, no recuerdo ahora muy bien cuáles fueron los presentes concretos que recibí, pero estoy casi seguro de que uno de ellos fue un reloj de pulsera. Lo que sí recuerdo con claridad es que cada noche tenía que darle cuerda al reloj que yo portaba en aquellos años, porque si no, se paraba a veces de repente, cuando menos lo esperabas.

Unos pocos años después de que yo hubiera hecho la Primera Comunión, que fue en 1971, se produjo una auténtica revolución en el mundo de los relojes de pulsera, pues aparecieron los primeros relojes digitales, que funcionaban con una pila muy diminuta. En aquella época yo llegué a tener uno de esos relojes, de la marca Casio, que era muy bueno y que además me duró mucho tiempo. Luego, poco a poco, aquellos aparatos digitales irían dando paso a otros relojes cada vez más sofisticados y modernos.

Yo llevé reloj de pulsera durante algo más de tres décadas, hasta que en 2003 me compré mi primer teléfono móvil, que llevaba ya incorporado un pequeño reloj digital. A partir de aquel momento metí un día en un cajón el reloj de pulsera que solía llevar diariamente y ya no me lo puse más. Y en ese cajón debe de seguir seguramente todavía ahora.

Quizás debería de comprobarlo, porque veo que de un tiempo a esta parte vuelven a estar de moda los relojes de pulsera de los años setenta y ochenta, así como también los relojes de cuco o los de pared con péndulo. Y lo entiendo, porque la verdad es que un reloj, sea de pulsera o no, suele tener siempre un halo romántico y nostálgico que los teléfonos móviles normalmente no tienen.

Ese debe de ser el motivo por el que, de momento, no hay aún canciones de amor o de desamor dedicadas a los celulares o a los receptores, pero sí a los distintos relojes tradicionales. Seguro que muchos de ustedes todavía se acuerdan de uno de los boleros más hermosos y tristes que existen, titulado precisamente El reloj, que compuso el grandísimo músico mexicano Roberto Cantoral.

En ese precioso bolero, un amante enamorado le pide a un reloj, casi desesperadamente, que no marque las horas, para que la persona a la que ama no se marche aún y permanezca algo más de tiempo junto a él. «Reloj, detén tu camino,/ porque mi vida se apaga./ Ella es la estrella que alumbra mi ser./ Yo sin su amor no soy nada./ Detén el tiempo en tus manos,/ haz esta noche perpetua,/ para que nunca se vaya de mí,/ para que nunca amanezca», dicen las dos estrofas más melancólicas de esta bellísima canción.

Para poder escribir o cantar cosas así, no sólo hay que haber estado profundamente enamorado al menos una vez en la vida, sino también haber crecido en otro tiempo, en un tiempo en el que la intensidad y la profundidad de nuestros sentimientos la podían medir también a veces un reloj de pared, un carillón o un reloj de pulsera.

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