Alguien podría llegar a pensar que soy un retrógrado; pues no, señores, no es eso. O también se me podría etiquetar como un reaccionario, o un carca, un rancio, un antiguo; tampoco es eso. No soy más que un puro observador de la vida... pues eso.
El párrafo anterior se explica por algunas de las opiniones que un servidor tiene sobre diversas cosas de la vida; de la vida terrenal, quiero decir. En concreto -en este papel virtual que estamos compartiendo- me vengo a referir a mi punto de vista sobre el turismo y, especialmente, al turismo de masas clasificado de modo vulgar como de “guiris”.
Como ustedes conocen sobradamente (y muchos de los lectores han sufrido en carne viva, ya sea por ellos mismos, como a través de sus familiares o allegados) hemos sufrido una pandemia mundial que ha dado al traste al modo de vida -económico y social- con muchas de las expectativas creadas a partir de la crisis que comenzó en el año 2008... y que el señor Zapatero negó hasta el último segundo.
Pues bien, una vez derrotado, en parte, y cautivo el maldito virus, dichas expectativas se abren, nuevamente, y la esperanza brota en empresarios y consumidores. La prueba más evidente de este cambio de paradigma se traduce en la vuelta de turistas a nuestro país. Están volviendo “ellos”, los “guiris”, la panacea de todas las industrias dedicadas a este sector tan productivo.
Ya se empieza a notar -y mucho- en lo que antes eran nuestras calles, playas y montañas y que ahora pertenecen a “los que vienen”, como se refiere el gran “Casta” en sus magníficos monólogos. La enorme “borregada” (lo digo con un cierto respeto) ya están, en estos momentos, invadiendo nuestro terreno y haciéndose los amos de nuestras sencillas vidas. Todo sea por la pasta... y por una falsa supuesta hospitalidad mediterránea.
Aparte de la masificación turística, creo que es bueno -o no es malo, preguntarse si los “guiris” molestan... No se inquieten, sólo es una simple pregunta y el debate siempre es beneficiosos para la limpieza mental de la sociedad. Los dos años de pandemia (exceptuando el confinamiento casero) los habitantes oriundos de estos lares han podido comprobar –aparte del desmoronamiento económico criminal- como de maravilloso era poder pasearse por nuestros pueblos, ciudades y paisajes varios con una absoluta tranquilidad. Poca gente, la justa. Restaurantes, playas, campo, lugares emblemáticos, etc., eran un modelo hecho a escala humana. No existieron situaciones de aglomeración brutal ni de gente con chancletas ni camisetas estilo “imperio” faltas de mangas, ni camisas floreadas, ni “selfies”, ni sangrías espantosas, ni follones nocturnos, ni gritos y borracheras que no dejan descanso al personal trabajador. Eso, y más, es lo que la pandemia ha evitado. Sí, ya sé y reitero: también ha significado la ruina económica para una parte enorme de la población dedicada al sector turística, de ocio o de restauración... y otros servicios básicos. Lamento profundamente el desastre que este vació ha producido en cientos de personas que se han visto abocadas a la miseria. Pero esto no quita para que uno vea y observe las diferencias de calidad de vida con “unos” o sin “otros”.
En fin: vuelven los “guiris” (especie muy distinta de los “viajeros” y a esos no hay quien los paren. Bien para muchos empresarios y trabajadores; mal para los amantes del silencio, de la calma (¿recuerda alguien aquello de la “isla de la calma?), del comer bien, del pasear con espacio e. incluso, de aquellos a quien les gusta dormir con placidez y reposo.
Ahí estamos; es lo que hay.
Bienvenidos sean, de todos modos.