El perro y su collar
viernes 23 de mayo de 2014, 08:45h
Este jueves ha comenzado en Holanda y Reino Unido el proceso para remozar el Parlamento Europeo, cuyos integrantes desarrollarán las atribuciones codecisorias tradicionales y las que se derivan de la aplicación del Tratado de Lisboa. También un 22 de mayo, de hace diecinueve años, este comunicador celebraba su cumpleaños mientras desembarcaba en las islas para asumir la dirección del circuito regional de Onda Cero. Entonces, como ahora, faltaban sólo pocos días para celebrarse unas elecciones, las que iban a marcar la legislatura más convulsa de nuestra historia reciente y el inicio de una alternancia inédita. La mayoría absoluta revalidó su confianza en Gabriel Cañellas, al que sucedieron Cristòfol Soler, Jaume Matas, Francesc Antich y José Ramón Bauzá. A la espera de nuevos comicios autonómicos, nadie ha prorrogado desde entonces su contrato de arrendamiento en el Consolat, porque los electores fijaron sus preferencias pero, cuando no fueron muy concretas, los partidos interpretaron a su antojo el sentido de las urnas, sin corroborar si su lectura era la correcta.
Durante este proceso de cambio sucesivo he presenciado desde una posición privilegiada los efectos nocivos del desencanto y sus consecuencias para la sostenibilidad de nuestra calidad democrática. Las ideas confrontadas no parecen ser tan dispares, cuando se pone algo de distancia emocional y se analiza con perspectiva en el tiempo, sin embargo la singularidad personal y las diferencias políticas objetivas nos invitan a decidirnos, para que no sean otros los que determinen nuestro destino, como así ha sucedido. En esa larga etapa de contrastes y giros copernicanos he vivido todo un compendio de experiencias que enraizaron con vigor mi amor y profundo respeto por esta tierra y sus gentes, al margen de ideologías o creencias, pero me han permitido comprobar que la abstención nunca es inocua y que puedes elegir el collar y la raza del perro, sólo cuando votas.
En medio de la desolación por los pésimos resultados que nuestros jóvenes obtienen en la educación comparada y las desoladoras expectativas profesionales a las que se enfrentan, sólo alentadas por los beneficios de la movilidad europea, mi hija Aina (quince años tiene mi amor) me ha dedicado, como regalo de aniversario, el ultimo post de su blog “Muchos libros para tan pocos Weasleys”, en el que refleja su pasión por la literatura y la comunicación. Acceder a su contenido me ha devuelto las ganas de luchar por su porvenir, con la energía que empleamos para conquistar lo que está en juego cada vez que se abren las urnas: el valor de la libertad en democracia. El orgullo que siento por su voluntad de participación activa, sin renunciar a las señas que la definen como persona, es el reflejo del espíritu de la Europa que se renueva esta semana: El esfuerzo colegiado y la unión en la diversidad, para alcanzar objetivos comunes y beneficios compartidos.
Adentrados, pues, en el proceso electoral para una Europa que ha sumado trece nuevos miembros desde mi llegada a Mallorca -en 1995 acababa de integrar a Finlandia, Austria y Suecia- hay que insistir en la importancia de estos comicios, por lo que nos afecta como pueblo de acusada idiosincrasia, pero que se relaciona necesariamente bajo los parámetros de la cooperación, cohesión y abnegación que han guiado a los sucesores de Schuman. Ese es el régimen de entendimiento que garantiza la pervivencia de nuestros valores individuales, en el seno de una gran alianza que sobrepasa la comunidad económica.
La Unión Europea necesita ahora el empuje de la solidaridad y la confianza de todos sus conciudadanos, para evitar que estos sesenta años de construcción queden reducidos a escombros, como los restos de la gran guerra que inspiró su constitución en los cincuenta. El porvenir no puede estar supeditado a los errores del pasado, por lo que no cabe invocar la desafección y hastío para ignorar la responsabilidad de procurar un futuro mejor para nuestros vástagos, a los que condenaríamos con nuestra pasividad. A mi hija no la dejaré desatendida, para que su nueva herramienta social pueda ser el germen de una vida con ilusión y esperanza, en un espacio más abierto y fructífero para más de quinientos millones de personas. Este domingo acudiré a pronunciarme, sin duda alguna, para seguir conquistando mayores cuotas de bienestar y para que el arco iris del Parlamento Europeo siga anunciando que en el viejo continente debe seguir luciendo el sol casi todas las mañanas.