El Hospital de Inca se ha convertido en un auténtico polvorín, tras la manifestación del pasado sábado, y si nadie lo remedia estallará un día u otro, porque la situación es tan tensa que se hace difícil trabajar en estas condiciones. La postura y las denuncias de los padres del joven fallecido son comprensibles y asumibles por cualquiera que se ponga en su lugar, pero también lo es que se deje trabajar a los jueces y no se llame a asesinos a los médicos a las puertas del hospital, ni se sientan acosados, que es como se sienten, por lo sucedido. Lo cierto es que los facultativos están indignados con el delegado del Gobierno, Ramón Socías, que no delimitó un perímetro para la manifestación y permitió que se hiciera casi en el vestíbulo del hospital, con pacientes esperando y médicos, a los que se llamó asesinos, atendiendo a enfermos. Pero también están indignados con el Colegio de Médicos porque no ha sido capaz de decir ni una palabra, recordando, como aseguran, que estamos en un Estado de Derecho, que el tema está en los tribunales y que serán los jueces los que dictaminarán sobre lo sucedido en el hospital. Este silencio ha extrañado y ha dolido. Y si hay culpables, ya pagarán, pero lo cierto es que si las protestas se suceden, los problemas pueden ir a mayores y la situación tornarse imposible, tal y como asegura la gran mayoría de los médicos, alguno de los cuales ya ha insinuado la posibilidad de tomar medidas si la historia vuelve a repetirse. Por eso, antes de que las cosas se agraven, no estaría de más que todos se calmasen y dejasen que la Justicia decida. No se puede condenar antes de que los jueces lo hagan, por mucho que nos duela lo ocurrido, ni enfrentar a médicos y usuarios.
