El lugar solitario de Nicholas Ray
Por
Josep Maria Aguiló
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jmaguilomallorcadiariocom/8/8/23
sábado 20 de julio de 2019, 04:00h
«Nací cuando ella me besó. Morí cuando me abandonó. Viví unas semanas mientras me amó». Estas tres frases son, en cierta forma, el hilo conductor que resume a la perfección la historia que se nos cuenta en la película «En un lugar solitario» (1950), protagonizada magistralmente por Humphrey Bogart y Gloria Grahame. De este filme podríamos decir que es una de las películas más desesperadamente románticas, tristes y turbadoras de la historia del cine. Su director fue el maestro Nicholas Ray, autor de otras películas igualmente extraordinarias e imperecederas como «Johnny Guitar» (1954), «Rebelde sin causa» (1955) o «Chicago, años 30» (1958).
En esas grandes películas de Ray y en la práctica totalidad de las que rodó, el amor fue casi siempre el eje esencial y central de las mismas, un amor a menudo dificultado u obstaculizado, en ocasiones hasta casi el límite, por las circunstancias adversas que solían envolver a las parejas protagonistas de cada una de las citadas historias. En algunos casos, el amor representaba un breve y precioso remanso de paz en unas vidas marcadas por un destino trágico y, por tanto, imposibilitadas para llegar a conseguir algún día un futuro de felicidad. En otros casos, el amor era la única posibilidad de redención y de salvación para quienes, sin poder evitarlo, vivían enfrentados a la sociedad de la cual formaban parte, que a su vez les rechazaba o les pretendía marginar o incluso dañar en mayor o menor medida.
¿Cuál era ese lugar solitario al que hacía referencia el título de la película de Ray? La posible respuesta la dio muy certeramente un gran admirador del cineasta norteamericano, el también director Curtis Hanson, un autor al que asimismo admiro mucho. Hanson decía que ese lugar solitario podía ser el lugar solitario de cualquier ser humano que lucha contra sus propios demonios, o el lugar solitario de un artista, o el lugar solitario de un mundo sin amor.
Hanson también afirmaba que esta película de Ray era una de las mejores y más duras que se han hecho nunca sobre Hollywood. El papel que encarnaba aquí Bogart, el del guionista Dixon Steele, era un fiel retrato de lo difícil que puede llegar a ser para algunos artistas conseguir que se respete su criterio y su trabajo en la meca del cine. En cierto modo, la propia trayectoria biográfica y cinematográfica de Ray fue paradigmática en ese sentido. Dicha trayectoria tuvo también siempre algo de ese lugar solitario al que alude su película, entendido además en cada una de las tres vertientes a las que se refería Hanson.
Por diversas y complejas razones, entre ellas un cierto punto autodestructivo que se iría acentuando con el paso de los años, Ray nunca llegaría a consolidar una carrera estable en Hollywood. A principios de los años sesenta lo intentó también fuera de su país, instalándose en España, pero tampoco lo logró. Su última película como director fue «55 días en Pekín» (1963), que además ya sólo rodaría parcialmente. Como cineasta, Ray mereció mucha mejor suerte de la que tuvo en vida, por el altísimo nivel del conjunto de toda su obra. Como persona, Ray mereció haber logrado escapar algún día de ese lugar solitario y apartado en el que casi siempre vivió.