www.mallorcadiario.com

El latin lover isleño

Por Josep Maria Aguiló
x
jmaguilomallorcadiariocom/8/8/23
sábado 17 de diciembre de 2022, 06:00h

Escucha la noticia

En los años sesenta, hubo en Mallorca una figura que hizo casi tanto por nuestro desarrollo turístico como las buenas campañas de promoción o las infraestructuras hoteleras y de ocio que se crearon entonces. Me estoy refiriendo, claro, a la mítica figura del picador o latin lover isleño, que yo creo que aún no ha sido reivindicado como se merece.

Según cuentan las crónicas, el picador mallorquín solía ser un hombre joven, de origen humilde, muy educado, bastante atractivo y con don de gentes, que se atrevía con varios idiomas a la vez, en especial los nórdicos. Ese dominio de otras lenguas era esencial, ya que nuestro protagonista de hoy se relacionaba sobre todo con visitantes extranjeras.

Como buen profesional de lo suyo, lo primero que solía hacer el latin lover isleño era intentar entablar un contacto inicial con alguna turista que hubiera llamado su atención, si bien sería quizás mejor hablar aquí en plural, pues en aquellos años el latin lover autóctono solía fijarse en prácticamente todas las turistas que llegaban a nuestra querida isla.

Una vez establecido ya con éxito y reciprocidad un primer contacto, los pasos a seguir solían ser casi siempre los mismos. Así, tras una agradable charla en un night club o en una boîte, había luego un breve paseo, dos o tres confesiones íntimas y los primeros arrumacos. Y lo que solía venir a continuación seguro que ya se lo imaginan ustedes.

Con pequeñas variantes, que incluían una cena o una excursión, ese modus operandi se mantuvo bastante estable durante años, hasta la desaparición de facto de la figura del picador, motivada en gran medida por la paulatina liberalización de las costumbres. A partir de entonces, ya nada volvería a ser igual, sobre todo para nuestro querido precursor.

En su lugar, aparecieron entonces dos figuras de nuevo cuño, el chulo de playa —con el bañador siempre bien apretado— y el ligón de discoteca —con el gin tonic siempre bien sujetado—, pero creo que convendrán conmigo en que todo el glamour y la elegancia que habían existido hasta poco antes se perdieron irremediablemente por el camino.

Yo tuve la suerte de conocer hace ya algunos años a un auténtico picador, convertido hoy en un abuelo venerado y respetable. Cuando me hablaba de sus hazañas amorosas de juventud, lo hacía siempre con discreción y sin jactancia, siendo además consciente de que estaba haciendo referencia a un mundo desaparecido quizás ya para siempre.

Oyéndole hablar, en alguna ocasión me pregunté si yo habría podido ser quizás también un latin lover en algún momento de mi vida. Mi conclusión fue que seguramente no lo habría sido; en parte porque nunca fui un joven excesivamente fogoso y apasionado, y en parte porque mi conocimiento profundo de otras lenguas tampoco fue nunca excesivo.

¿Te ha parecido interesante esta noticia?    Si (0)    No(0)

+
0 comentarios