En la película El hundimiento se narran los últimos días de Hitler en el búnker de la cancillería de Berlín, que acabaron con su suicidio, el de Eva Braun, el del matrimonio Goebbels, no sin que previamente ella, Magda, hubiera asesinado a sus seis hijos, y algunos otros colaboradores, ante la inminente caída definitiva de la capital alemana ante el ejército rojo soviético.
Algún día, en el próximo futuro, alguien tendrá que narrar el hundimiento de la Unión Europea, quizás no de la organización formal, pero sí del sueño de los padres fundadores.
La Europa unida federal que soñaron Konrad Adenauer y Walter Halstein desde Alemania, Alcide de Gasperi y Altiero Spinelli desde Italisa, Jean Monnet y Robert Schumann desde Francia, Johan Willen Beyen y Sicco Mansholt desde Holanda, Paul Henri Spaak desde Bélgica y Joseph Bech desde Luxemburgo, entre otros y continuaron figuras como François Mitterand, Jacques Delors, Simone Veil, Willy Brandt, Helmut Schmidt, Olof Palme o Mario Soares, entre otros, incluso Felipe González, que hizo mucha mejor labor como europeísta que no como presidente del gobierno español, de triste recuerdo, está tocada de muerte.
La mal calculada y peor planificada ampliación a los países escandinavos y, sobre todo, a los países de la Europa Central-oriental, antiguos miembros del Pacto de Varsovia, está siendo letal para la UE. A la postre, está resultado un tumor maligno que corroe las entrañas de la Unión y extiende metástasis a otras zonas del continente, en particular el nefasto cuarteto de Visegrad, dirigido por el racista primer ministro de Hungría, Víktor Orban y el integrista católico y también racista régimen polaco del partido Ley y Justicia, dirigido desde la sombra por Jaroslav Kaczynski, bien secundados por los gobiernos de Eslovaquia y Chequia, y que ahora han invitado al nuevo gobierno xenófobo de ultraderecha de Austria y a los corruptos de Rumanía y Bulgaria.
Por otro lado, las nefastas consecuencias para la mayoría de la población de la crisis económica, que ya dura diez años, y el sometimiento de la Comisión Europea y los gobiernos de los países a las políticas monetaristas neoliberales de recortes económicos y la crisis desatada por la migración masiva de millones de personas procedentes de las zonas en guerra y de miseria de Siria, Afganistán, Pakistán, Irak, Etiopía, Eritrea, Somalia, Sudán, Sudán del Sur, Chad, Níger, Libia, Burkina Faso, Mali, Senegal, y otros, han provocado el crecimiento exponencial del voto a partidos xenófobos, racistas, aislacionistas y algunos directamente neofascistas, que condiciona las políticas de los partidos tradicionales, amenazados con la pérdida del poder a manos de las nuevas formaciones populistas.
Especialmente desgraciado es el caso de Italia, con un gobierno xenófobo, en el que el primer ministro Giuseppe Conte no es más que un títere del populista racista vicepresidente y ministro del interior Matteo Salvini de la Lega Nord, con Luigi Di Maio y su Movimiento Estrellas de convidados de piedra y colaboradores necesarios.
Y todo ello se ha producido en un momento en que no hay en el continente un solo líder digno de tal nombre. La crisis ha sorprendido a Europa dirigida por políticos mediocres, cobardes, pusilánimes, desvergonzados y venales, de los que son ejemplo paradigmático el presidente de la Comisión, Jean Claude Juncker, y su portavoz, el inefable Margaritis Schinas. El último gran líder europeo fue Helmut Kohl, después de él solo Angela Merkel intenta mantener la cohesión europea y las ideas de cooperación, lealtad y ayuda mutua, pero está sola, demasiado sola y atacada incluso en su país por sus propios aliados socialcristianos bávaros.
La Unión Europea se está hundiendo y ahogando junto con los migrantes a los que deja morir en el Mediterráneo, en uno de los episodios más vergonzosos y lamentables de nuestra historia.