Esta semana el Gobierno envió por error su argumentario a los medios. Llevábamos mucho tiempo viendo a Pilar Alegría responder sonriente a algo que nadie le había preguntado, y comprobando que sus respuestas coincidían milimétricamente con las que, en sus respectivos foros, aportaban Félix Bolaños, María Jesús Montero o Silvia Intxaurrondo. Ahora Moncloa, en un involuntario ejercicio de transparencia, ha filtrado su guion y ha mostrado así el hilo que mueve a estas marionetas. Desgraciadamente cuando un mago muestra sus trucos la gracia desaparece, aunque en este caso nunca había existido. El argumentario en cuestión estaba pulcramente ordenado en dos secciones (BegoñaGómez/DavidSánchez y Aldama/Ábalos) y en cada una de ellas había unas ideas breves (se llaman bullets en su jerga) Y sencillas de memorizar para poder ser repetidas por Pilar Alegría mientras sonríe y por Bolaños mientras mueve las manos: «son maniobras de la derecha y la ultraderecha para atacar a familiares del Gobierno progresista, siempre son los mismos denunciantes y en todo caso no hay pruebas». La canción se complementa con el estribillo habitual -fango, bulos, bulos, fango- que convierte las intervenciones de los ministros en hipnóticas letanías. La repetición es lo que hace que estas cosas funcionen. A los animales nos inspiran confianza las cosas que se repiten porque quiere decir que hemos sobrevivido al primer contacto con ellas. El «confort cognitivo», que Daniel Kahneman nos explicó hace unos años pero que Joseph Goebbels había descubierto mucho antes, es el mecanismo que hace que una chorrada repetida suficientemente no sólo nos parezca verdadera sino también justa y buena.
Ya conocemos a los títeres porque son visibles. El ventrílocuo es el responsable de propaganda de turno, gurú de comunicación o spin-doctor. El responsable de comunicación del PSOE era Ion Antolín -conocido por hacer callar a la gente en Twitter y por regañar a Risto Mejide- que ahora ha sido ascendido a Secretario de Estado de Comunicación porque Sánchez ha borrado los límites entre el gobierno y el partido. Curiosamente la filtración del argumentario proviene de esa misma secretaría de estado, lo que podría indicar un sólido cabreo del saliente o un serio despiste del entrante. Lo importante en todo caso es entender cómo se genera la cascada de (des)información del Gobierno. Ayer mismo Pachi López, que es al que encargan decir las cosas más disparatadas, dijo: «a Pedro Sánchez no lo atacan políticamente porque no pueden; hay un frente judicial, y ya empezamos a estar hartos de ese frente judicial». Es decir, no es que el sanchismo esté enfangado en corrupción y malas prácticas, sino que hay una conspiración de los jueces. Que son de ultraderecha porque, continúa Pachi, «todo empieza con recortes de periódico que en teoría está prohibido (¿?) y denuncias de un sindicato llamado Manos Limpias, que ya sabemos quiénes son». No es, según López, que el Gobierno haya utilizado a la Fiscalía General para intentar destruir a un adversario político, sino que son recortes de seudomedios, que sirven para denuncias de la ultraderecha (omite el argumentario la del Colegio de Abogados de Madrid), que a su vez sirven a los jueces de ultraderecha para perseguir a los políticos progresistas. Y así tenemos a todo el Gobierno pegando continuas patadas a los restos del estado de derecho (estaba intacto cuando ellos llegaron) para mantener sus sueldos unos meses más.
«¿Es que no tiene usted la menor decencia?». La pregunta original la formuló Joseph Welch al senador McCarthy, y más recientemente la dirigió en la ONU Samantha Powers a los representantes de los países –Rusia y Siria- que acababan de usar gas sarín en Guta. En ambos casos reflejaba perplejidad e impotencia ante la fría exhibición de amoralidad. Ahora cabe preguntar a Sánchez y sus mariachis: ¿No tienen la menor decencia? ¿A quién podemos exigir un mínimo nivel moral? Sería un esfuerzo melancólico exigirlo a Sánchez, que viene de fábrica desprovisto del equipamiento necesario. Tampoco tiene mucho sentido hacerlo con los sucesivos ventrílocuos que redactan los argumentarios (a mí que me cuenta, yo me limito a hacer mi trabajo, dirían). Y desde luego no se puede exigir responsabilidad a la marioneta que, movida por los correspondientes hilos, atiza un estacazo a alguien en el escenario. Y es que la cadena de desinformación no ayuda a eliminar los bulos, pero sí evapora eficazmente la responsabilidad.