La forma de gobernar basada en el tactismo, en vez de sustentarla en los principios, puede resultar, aritméticamente, muy rentable. De una efectivad extrema para mantenerse en el poder. El número de combinaciones posibles para articular mayorías de gobierno son múltiples. El puzzle resultante de sumar apoyos a costa de competencias da más posibilidades que el cubo de Kubrick. Sin embargo, los resultados de una acción de gobierno derivada de la dictadura de la aritmética en la que se sustituyen principios por intereses tiene muchas derivadas.
La primera derivada es el mercadeo. Priorizar el poder por encima del servicio conlleva servidumbres para todos los ciudadanos. Se pone en peligro la integridad territorial y se potencia la asimetría entre comunidades según el interés y el pago mercenario de los apoyos.
La segunda, la radicalización. Los principios de las minorías de gobierno se aplican a la mayoría de los ciudadanos. La consecuencia es el frentismo y la radicalización.
La tercera, la inoperancia. Las energías del ejecutivo se dedican a los equilibrios. Inexorablemente, las prioridades se trasladan a las cuotas de poder. El factor más influyente para el acceso a cargos ejecutivos se relaciona directamente con la hegemonía en el seno de la casta. En estas circunstancias, el número de cargos incompetentes nombrados para realizar las funciones públicas para los que son designados aumenta de forma geométrica.
La cuarta, el despilfarro. El incremento de altos cargos necesarios para contentar a los socios de gobierno, en época de grave crisis económica, no sólo es ineficiente, sino poco ejemplar e injusto.
El quinto, la reaparición de las Dumas. Supeditar la renovación de los órganos constitucionales a la incorporación de determinados candidatos es una muestra inequívoca de la subrogación del interés general al particular partidista.
La sexta, la incoherencia. El rol de oposición al gobierno del que se forma parte es incongruente, contradictorio, absurdo y manifiestamente ineficiente.
La séptima, la inestabilidad. La supremacía de la aritmética partidista se comporta con voracidad desestabilizadora que se traslada a todas las administraciones.
La octava, la desconfianza. La credibilidad de las administraciones está en su punto más bajo. Los ciudadanos han colocado a las instituciones en el ranking de los problemas más importantes. La novena, la pérdida de competitividad. Liderar los indicadores de paro en general, del femenino y juvenil en particular y la caída de la actividad económica es poco aleccionador y un lastre para el futuro.
La décima, la pérdida de calidad democrática. Los índices de participación y de transparencia son los bajos de la democracia.
Si, por descontado, también y de una forma determinante, está influyendo la pandemia; la pandemia y su gestión. Sin embargo, el caos tiene un origen más propio que ajeno. El relato para justificar los errores y difuminar las responsabilidades, se me antoja cada vez más difícil.
Buen finde.