El desastre de los alquileres turísticos
jueves 17 de abril de 2014, 11:58h
Es lógico que la Federación Hotelera se indigne ante la proliferación de alquileres turísticos por parte de particulares fuera de todo control legal e inmersos en plena actividad sumergida. La Federación lo considera una competencia desleal que daña la imagen de Mallorca y está molesta por la pasividad de las instituciones, comenzando por el propio Govern. Se trata de un problema muy complejo. Miles de isleños, a menudo empujados por la crisis, alquilan a los turistas sus apartamentos costeros o sus fincas rústicas (a menudo construcciones de origen ilegal) por semanas o por quincenas. Es una fuente de ingresos para muchas familias fuera de todo control de Hacienda, de Sanidad y de Turismo.
El Govern ha intentado soluciones, como la legalización de esta oferta extrahotelera. Pero poca gente se acoge porque tendrían que invertir en sus propiedades para adaptarlas a la normativa y porque tendrían que pagar más impuestos. Detrás también hay transfondo político muy fuerte. No pocos alcaldes presionan al Govern para que no moleste a sus conciudadanos arrendadores sumergidos porque temen perder apoyos electorales.
En todo caso, la gran perjudicada es la industria hotelera, que es el verdadero sostén de la economía mallorquina y balear. Tienen que hacer frente a los competidores de todo el Mediterráneo y, encima, tienen que luchar con la baratura de precios y la nula calidad de quienes no respetan la normativa vigente.
Sería más que conveniente que la Conselleria de Turismo actuase con más contundencia para conseguir llevar el imperio de la ley a todos los rincones del Archipiélago en defensa de la principal fuente de riqueza de todos. También el Consell de Mallorca tendría que ser más diligente. Sus responsables saben al milímetro que en las últimas décadas infinidad de casetas de aperos se han transformado en casas de campo sin licencia urbanística ni la más mínima revisión técnica ni control institucional. Muchas de estas casas se alquilan ahora a los turistas. Nadie actúa por miedo a perder votos.
Hay que tener mucho cuidado y mucho tacto porque estamos hablando de un modo de subsistencia tan anormal como tolerado. Pero hay un límite: cuidado a que la gallina de los huevos de oro, que es el turismo, acabe enfermando por esta atemorizada pereza pública de no querer meterse donde pueden cosechar más problemas que beneficios.