Con el cacareado modelo turístico pasa como con el debate acerca de la cadena perpetua o la pena de muerte. No deberíamos convertirlo en una mera superposición de ocurrencias con ocasión de darse un hecho puntual o una coyuntura que alimenta la discusión visceral, como ha sucedido este verano. Ya hemos escuchado todas las posiciones posibles, algunas tan poco reflexivas como la de la alcaldesa accidental de Palma, la comunista Aurora Jhardi, que aprovechó el minutito de gloria que le brindaba la ausencia del primer edil titular para meter cuchara en el cazo del modelo turístico con gran dosis de demagogia.
El asunto es crucial para una sociedad como la nuestra por lo que, una vez experimentados los indudables beneficios y también las consiguientes incomodidades que nos provoca la afluencia masiva de turistas sería hora de que el conseller del ramo se plantease convocar, con carácter estable, un foro, simposio o mesa de debate para, con participación de todos los implicados, desde los hoteleros a los ecologistas, los comerciantes, los transportistas, el sector educativo, los agricultores, la universidad y, obviamente, las administraciones, se avanzase en las líneas conducentes a aquello que éstá claro que todos deseamos, es decir, hacia una mejora del nivel adquisitivo medio del turista que nos visita y a una disminución de la presión demográfica sobre las infraestructuras que hasta ahora nos ocasiona la bonanza. Un debate sosegado, fundamentalmente técnico, del que surja un gran acuerdo. Es inaplazable.
