Ya se ha escrito mucho sobre las fechorías del Dr. Sánchez, y su equipo. “Deriva autoritaria”, escribió Arcadi Espada con motivo del nombramiento de Dolores Delgado como Fiscal General. “Es Sánchez. No le habléis de separación de poderes (…). Habladle de poder, de premios o de castigos. El único idioma que entiende”, Jorge Bustos. Poco que añadir.
Mucho se está hablando también del adoctrinamiento, que está cada día más presente en nuestras escuelas. Comenzó hace décadas, como venimos denunciando en Societat Civil Balear. Las ministras salieron en tromba contra el pin parental, y Victoria Rosell hasta fantasea con aplicarle el 155 a Murcia. Acusan a la derecha de crear crispación.
En fin, me interesa más hablar de las ideas en liza. Del recientemente fallecido Sir Roger Scruton, por ejemplo. Scruton abrazó por primera vez el conservadurismo durante las protestas de mayo de 1968 en París:
“De repente me di cuenta de que estaba en el otro lado. Lo que vi fue una multitud ingobernable de hooligans de clase media auto-indulgentes. Cuando les pregunté a mis amigos qué querían, qué intentaban lograr, todo lo que recibí en respuesta fue una ridícula receta de eslóganes marxistas. Me disgustó y pensé que debía haber un camino de regreso a la defensa de la civilización occidental contra estas cosas. Fue entonces cuando me convertí en un conservador. Sabía que quería conservar las cosas en lugar de derribarlas.”
El filósofo Gregorio Luri ha escrito un hermoso artículo sobre Scruton en El Mundo donde destaca su sentimiento de gratitud: “Si hay una virtud que hoy expresa la quintaesencia del conservadurismo es la gratitud. En un mundo de indignados y resentidos, la gratitud aclara la mirada al mundo, ilumina los abundantes motivos que tenemos para amarlo; nos permite celebrar todo cuanto ha hecho posible lo que somos”.
Otro de los temas predilectos de Scruton era la belleza: “el ser humano, despojado de la religión, ha caído en el materialismo. Ha perdido la subjetividad para terminar viviendo una vida de objeto, y ello se refleja en el arte contemporáneo, en la arquitectura de bloques de hormigón y en la música ruidosa carente de melodía –las distintas caras de un mismo vacío. Y lo peor de ese vacío es la ausencia de belleza”.
Abunda Francisco José Contreras en un reciente artículo: “La gratitud por —y la afirmación de— lo bueno, lo verdadero y lo bello es la esencia del conservadurismo de Scruton. Solía repetir que el conservadurismo trata sobre el amor, y por tanto, la voluntad de preservar todo lo valioso que hemos recibido de los antepasados. El conservador sabe que "las cosas buenas son destruidas fácilmente, pero es mucho más difícil crearlas"".
“Scruton (…) encontró convincentes varios de los argumentos de Edmund Burke en “Reflections on the Revolution in France” (1790). Pese a que Burke estaba escribiendo sobre la Revolución Francesa, no el socialismo, Burke le persuadió de que no hay una dirección en la historia, no hay progreso espiritual ni moral; las personas piensan de manera colectiva en pos de una meta común solo durante una crisis -como una guerra-, y tratar de organizar a la sociedad de esta forma requiere un enemigo real o imaginario; de ahí el tono estridente de la literatura socialista.” (Wikipedia).
Vean ahora el contraste: “Existen, además, verdades eternas, tales como la libertad, la justicia, etc., que son comunes a todo estado de la sociedad. Pero el comunismo quiere abolir estas verdades eternas, quiere abolir la religión y la moral, en lugar de darles una forma nueva, y por eso contradice a todo el desarrollo histórico anterior. (…) La revolución comunista es la ruptura más radical con las relaciones de propiedad tradicionales; nada de extraño tiene que en el curso de su desarrollo rompa de la manera más radical con las ideas tradicionales." (Marx y Engels, Manifiesto del Partido Comunista).
Ahora díganme si crispa el conservador que aprecia y agradece la herencia recibida, sin que ello signifique renunciar a continuar perfeccionándola, o el amado líder adanista que, abolida la religión y la moral en su fuero interno, y guiado por tanto únicamente por el ansia de poder, divide y enfrenta a la sociedad y erosiona sin prisa pero sin pausa las instituciones democráticas.