Se conoce como cancerbero al portero, arquero o guardameta de un equipo de fútbol porque, al igual que el ser mitológico que le da el nombre, guarda con gran ahínco la portería para que no entre ningún balón.
El origen de la palabra cancerbero hace alusión a un perro (can) de nombre Cerbero, perteneciente a la mitología griega, que tenía tres cabezas y el cuerpo de serpiente. Su misión era guardar las puertas del infierno para que no salieran los muertos ni entraran los vivos que quisieran rescatar a algún ser querido que estuviera dentro.
El can Cerbero era también conocido como el perro del infierno. Acaban de bautizar una variante incipiente de la Covid-19 con este tenebroso nombre.
¿Se han preguntado qué perfil deben tener los que bautizan las variantes o las enfermedades? No sé ustedes pero yo imagino cabezas pensantes con elevados estudios de neuromarketing y psicología de masas para crear una marca que consiga el objetivo de sus amos: vender fármacos a través del miedo.
En los últimos tiempos el objetivo está claro: Vacunar y vacunar. Con las televisiones de su lado y la clase política a favor, miel sobre hojuelas.
Ni habiéndose demostrado empíricamente que las inoculaciones con tecnología experimental que se han suministrado a la población no han evitado contraer la enfermedad y, como se supo hace dos semanas, nos engañaron diciendo que no permitían transmitir el virus, la industria farmacéutica sigue con su objetivo de pinchar otra vez a la población y hacer caja de nuevo.
El nombre importa, es la marca. Es el posicionamiento en la mente del consumidor. Poner a una variante el nombre de una criatura que se encuentra al borde del infierno y es mortal con quien se acerca, acojona más que llamarla “perro de la pradera o suricata”. Como se trata de asustar, el nombre viene que ni pintado. Los de Maketing de la agenda globalista son unos cracks.
Los nombres bonitos como “flurona” no funcionan. Los que hacen alusión a letras, como la gripe A, tampoco dan miedo, no dan ese plus que produce un animal.
Los nombres de animales asustan más: Gripe aviar, gripe porcina, virus del mono y ahora perro del infierno. El subconsciente nos crea rechazo. Nos los podemos comer pero que tengamos un bicho dentro que ha estado en contacto con su ADN nos da grima. Hay que matarlo. Hay que vacunarse.
Lo tienen todo a favor y no es coincidencia. Llevan años trabajando en ello. Tienen un buen Marketing, tienen las televisiones, cuyos informativos (me río del nombre) son la voz de su amo. Qué pena que las televisiones públicas no den un paso adelante en pro de la diversidad de opiniones. Ninguna televisión ha fomentado un debate público durante la pandemia con los que piensan diferente. Y no son seres despreciables que no tienen donde caerse muertos, como algunos quieren hacer creer. Entre los disidentes hay médicos, biólogos, químicos y hasta premios Nobel que hubieran aportado una visión diferente pero que han sufrido el veto de las televisiones.
La descalificación es otra de sus armas. Tienen la comunicación a favor.
Las farmacéuticas tienen también a su favor los Colegios de Médicos que no dudan en sancionar y retirar de la profesión los que se salen del guion. Tienen a Úrsula Von der Layen, presidenta de la Comisión Europea, que ha comprado un número de dosis por persona que asusta y firma contratos con unas cláusulas leoninas para los países. Contratos que nos quería enseñar tras esperar 75 años. Contratos que están siendo investigados por la Fiscalía. Y, sobre todo, tiene como compradores a países con gobiernos que no tienen apenas competencias. No deciden en temas militares (la OTAN lo hace), no deciden en materia económica ni otras tantas (la entrada en la Unión Europea hizo ceder ésta y otras competencias) y, en temas de salud, que es lo que les interesa para este artículo, quien decide es la OMS o la Comisión Europea.
No hace falta que les recuerde quien donó los terrenos donde se construyó la ONU en Nueva York y que la OMS es el brazo sanitario de la ONU ¿verdad? Bueno, lo haré, fue la familia Rockefeller.
El magnate del petróleo, dueño de la Standard Oil, empresa que controlaba el 90% de las refinerías de Estados Unidos a principios de siglo XX y que más tarde se dividió, creando las empresas petroleras Chevron, Exxon y Mobil era John D. Rockefeller. Éste auspició el informe Flexner que perseguía y prohibía la medicina anterior y daba fondos a las facultades para imponer su método: el de que todo se cura con pastillas y fármacos. Todo lo que provenía de la curación natural se eliminó, por mucho que hubiera funcionado durante milenios. La excusa fue por el bien común. Este cambio tan radical no era por salud. Era por un tema económico. Los vapores de eucaliptus para curar el constipado y otros remedios de la abuela no daban dinero. Había que perseguir la superchería, como decía el ex ministro astronauta.
A pesar de tenerlo todo a su favor, creo que las farmacéuticas van a tener que cambiar de estrategia. La gente ya está cansada de pincharse y de escuchar hablar de virus. Algunos no son tan tercos como Antonio Resines y se plantean una nueva inoculación. Otros están viendo gente a su alrededor con problemas tras el pinchazo y han decidido plantarse.
No se preocupen. Conseguirán asustarnos de nuevo y nos venderán otro fármaco. Tiene gente muy preparada en Marketing y los estrategas lo tienen todo previsto. Como dijera Iñaki Gabilondo respecto a la gripe A en 2009 en el informativo nocturno de Cuatro: “el negocio del miedo es el negocio más repugnante que existe”. El día que seamos un poco más valientes les iba a salir el tiro por la culata. Pero mientras nos asustemos de manera sistemática, estamos perdidos.