Ayer lunes se produjeron dos hechos muy relevantes en el barullo en que se está convirtiendo la salida del Reino Unido de la Unión Europea, si es que no lo ha sido desde el principio, pero que está alcanzando niveles ridículos con tintes de auténtica tragicomedia.
Por un lado, el Tribunal de Justicia de la UE ha fallado que el RU podría revocar unilateralmente el “brexit” hasta el último minuto del 29 de marzo de 2019, fecha final del proceso de separación, en contra de la opinión del Consejo Europeo y de la Comisión Europea, que consideraban que una vez puesto en marcha el proceso de segregación por un país miembro, no tenía marcha atrás, salvo por acuerdo unánime del resto de los socios.
El fallo, que corresponde a una cuestión prejudicial interpuesta por un tribunal escocés, es relevante, puesto que concede al miembro que quiere separarse la posibilidad de repensarlo hasta el último momento, sin necesidad de negociar con el resto de países la marcha atrás. Incluso, caso de acuerdo entre la UE y el RU para alargar el periodo de negociación más allá del 29 de marzo, también se alargaría el derecho a renunciar a la separación en cualquier momento.
Aunque es altamente improbable que Theresa May decidiera parar el “brexit”, la inestabilidad patente de su gobierno podría provocar su dimisión y una situación volátil que condujera a una suspensión de la separación.
Precisamente el rechazo generalizado, aunque por motivos diferentes, de una mayoría de diputados británicos al acuerdo de separación alcanzado por Theresa May con la UE, ha provocado el segundo hecho relevante, que es el aplazamiento de la votación que debía tener lugar en la cámara de los comunes de Londres sobre dicho acuerdo, a fin de evitar una más que segura derrota parlamentaria que debilitaría aun más a May, quizás hasta obligarle a la dimisión.
En estos momentos, el “brexit”, cercano a su desenlace, está provocando la discordia y el desconcierto entre los políticos, y también entre los ciudadanos, británicos, discordia y desconcierto instalados en el interior de los propios partidos mayoritarios. Los nacionalistas escoceses y los liberal-socialdemócratas son claros y definitivos partidarios de seguir en la UE y aceptarían como mal menor un segundo referéndum. Entre los laboristas también hay partidarios de seguir en la UE, de un segundo referéndum y de respetar el resultado del primero y salir de la UE, pero no con el acuerdo actual. Y entre los conservadores hay partidarios del “brexit” a las bravas, del acuerdo logrado por May y también de salir pero con otro acuerdo.
La intención de la premier británica al retrasar la votación es claramente la de ganar tiempo e intentar negociar nuevas cesiones por parte de la UE, especialmente en lo que se refiere a la unión aduanera y a la frontera entre Irlanda e Irlanda del Norte.
En cualquier caso, en este lío se han metido ellos solitos y los demás no podemos estar bailando indefinidamente al son de la música desafinada y disonante que tocan los británicos. La UE debe mantenerse firme en el acuerdo alcanzado. Como máximo, se podría conceder unos meses de prórroga y mínimos ajustes, pero ningún cambio significativo, salvo que sea favorable a la unión. Si el gobierno británico no tiene suficientes apoyos en su parlamento, son ellos quienes deben buscar la solución en su propio seno. Y deben ya dejar de marear la perdiz. Si tienen tanta desunión y tantas dudas, es porque, incluso los más recalcitrantes partidarios del “brexit”, excepto algunos descerebrados, que también los hay, saben que salir sin acuerdo y con una ruptura total sería muy perjudicial para todos, pero mucho más para el Reino Unido que para la UE.
Ha llegado el momento histórico de que los británicos, y concretamente y sobre todo los ingleses, decidan de una vez que relación quieren tener con Europa, si quieren ser plenamente europeos, buenos vecinos con buenos acuerdos, o aislarse en el sueño de un imperio que ya no existe ni volverá.