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El bolso de Isabel

viernes 26 de julio de 2019, 10:09h

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La imagen de la semana no es la del espectáculo de división entre la izquierda española, que ha dado al traste, una vez más, con el futuro gobierno de Pedro Sánchez. Esa es la tónica habitual a lo largo de su historia.

No, la foto del momento, la que de verdad nos debería importar a los mallorquines, es la de la visita que Boris Johnson rindió a la reina Isabel de Inglaterra en Buckingham Palace para darle cuenta de que se disponía a mudarse al 10 de Downing Street, cada día más parecido al 13 Rue del Percebe.

La soberana británica solo recibe visitas concertadas, pero aún así, siempre parece que está por irse y que le pillan en un mal momento, como si se dispusiera a ir a comprar el pan o a oir misa y le sorprendiera en el portal esa vecina tan pesada que todas las reinas tienen.

La culpa de esta impresión la tiene, por una parte, que Isabel no recibe nunca vestida de ir por casa, ataviada con delantal o el batín de boatiné y rulos, sino con su proverbial y espantoso atuendo de calle, que seguramente le habrá costado un congo, pero que parece salido de las rebajas de C&A. Algún día debería hacerse un estudio a fondo de la influencia de la monarquía británica en el mal gusto general de su pueblo, dato empíricamente comprobable sin más que acercarse a Palmanova o Magaluf cualquier día de estos.

Pero el elemento clave de esta inquietante sensación de sobrar que debió de sentir Boris Johnson en Buckingham es el bolso. Porque, al contrario de lo que ocurre con las ancianas de su edad, Isabel no lo usa para alojar en él un abanico, un pañuelo, el frasco de Optalidones y las llaves de casa -aunque es cierto que las llaves de Buckingham abultan demasiado-, sino para enviar señales al Mi-5 si se encuentra en inminente peligro o a su servidumbre si necesita que la rescaten porque le sobreviene un apretón o es la hora de ver Coronation Street.

Johnson, claro, es un serio peligro, y eso la reina lo sabe pertectamente, no solo porque es un plebeyo rico, algo que desprecia íntimamente cualquier rey inglés, ni tampoco únicamente por sus disimulados genes germánicos, convenientemente blanqueados por la nacionalidad estadounidense de sus padres. Al fin y al cabo, los Windsor son también genuinamente alemanes.

No, Alexander Boris De Pfeffel Johnson es una auténtica amenaza porque no juega de farol como han hecho los británicos en siglos de malas artes, trucos y deslealtad hacia las naciones con las que han negociado. Johnson es más peligroso que un saco de bombas atómicas porque de verdad está dispuesto a embarcar a 66 millones de hijos de la Gran Bretaña en un balconing colectivo, animado por su socio estratégico y futuro compañero de manicomio, Donald Trump.

La degeneración del partido conservador británico -comandado hoy por lo que en mallorquín denominaríamos genteta- se encarna hoy en un Boris Johnson que es la vergonzosa antítesis de su predecesor, Sir Winston Churchill, que además de haber obligado a los Windsor a salvar sus reticencias a entrar en guerra contra la Alemania de Hitler, y haber salvado así a su pueblo y a toda la humanidad de la barbarie nazi, propugnaba, nada menos, que la constitución de unos Estados Unidos de Europa, él que era descendiente del Duque de Marlborough y quintaesencia de la britanicidad, mucho más que los actuales huéspedes de Buckingham.

Porque es la memoria del más grande héroe inglés de todos los tiempos la que Boris Johnson está ensuciando con su aldeano nacionalismo filofascista que puede arrastrar a la Gran Bretaña al abismo.

Europa, sin duda, sufrirá con el Brexit la amputación de una parte fundamental de su esencia histórica porque, aunque algunos se empeñen en demostrar lo contrario, los británicos son -y espero que sigan siendo- profundamente europeos.

E Isabel sabe que su chiringuito coronado se asienta sobre la prosperidad de su pueblo, y que, si éste comienza a pasarlo mal, lo fácil es cortarle el pescuezo al rey, simbólica o materialmente. Y si no, que le pregunte a Luis XVI de Francia, a su tío el Zar Nicolás de todas las Rusias o a su primo lejano Alfonso XIII de España.

Así que no es extraño que el miércoles, en Buckingham Palace, Isabel II agarrase su bolso como si la vida le fuera en ello, porque tal vez le vaya.
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