Cuando yo era pequeño, creía que sólo llevaban antifaz tres de mis héroes favoritos del cómic, El Guerrero del Antifaz —sic—, El Llanero Solitario y El Zorro, pero poco a poco fui descubriendo que también lo portaban algunos superhéroes quizás algo más modernos y sofisticados, como Batman, su ayudante Robin, Catwoman o el Capitán América.
Es verdad que algunos otros personajes de ficción tan populares como ellos iban igualmente enmascarados o completamente embozados, como Darth Vader, Jason Voorhees o Hannibal Lecter, aunque estos seguramente eran algo menos recomendables en todos los sentidos.
En el caso concreto de Hannibal Lecter, le podíamos ver además los ojos cuando estaba maquinando algo, lo cual, dicho sea de paso, daba aún mucho más miedo todavía.
Los niños y las niñas de entonces no solíamos llevar casi nunca antifaz, ni siquiera aunque fuéramos muy fans de los superhéroes de Marvel o de la más modesta Editorial Bruguera.
Tal vez la única excepción en ese sentido eran las fiestas de cumpleaños, en donde sí solían llevar una máscara o una careta los renacuajos que tenían previsto hacer allí alguna trastada muy gorda.
En realidad, el uso del antifaz solía estar casi sólo reservado para los adultos, en especial durante los carnavales y en los bailes de máscaras, que además solían ser de lo más inocentes y candorosos, más allá de alguna pequeña transgresión contra la autoridad competente.
Quiero decir con ello que, en principio, aquellas celebraciones no tenían nada que ver con los muy inquietantes y exclusivos bailes de máscaras que descubriríamos años después en películas como Eyes Wide Shut o Cincuenta sombras más oscuras.
Los posibles usos de los antifaces no se agotaban ni se agotan aquí, pues había y hay también los antifaces que no llevan abertura, pensados sobre todo para ayudarnos a poder dormir de una manera relajada y tranquila, poco más o menos como hacía Holly Golightly —la gran Audrey Hepburn— en Desayuno con diamantes.
Últimamente, ese modelo tan específico de antifaces se ha puesto además muy de moda, aunque al parecer ya no tanto para conciliar el sueño, calmar nuestra piel o reducir la aparición de arrugas alrededor de los ojos, sino sobre todo para otro tipo de menesteres digamos algo menos reposados y sosegantes.
Lo mismo podríamos decir también de los nuevos usos que algunos adultos dan asimismo hoy a las cuerdas, los collares, las velas, los pañuelos, los arneses, las pinzas o los grilletes; algo que conozco bien no por experiencia propia, por supuesto, sino porque lo he leído por ahí o me lo han contado.
El mayor inconveniente de esos nuevos usos quizás sea que, mal gestionados, pueden acabar favoreciendo que uno acabe en Urgencias. Por contra, su mayor ventaja seguramente sea que pueden ayudarnos a descubrir las casi infinitas posibilidades que nos ofrecen determinados objetos cotidianos.
Todo esto me recuerda que yo también tendría que ponerme ya al día y que tendría que ir hoy sin falta a comprarme una máscara, una careta, un cambuj o un antifaz, pero no por ninguna razón más o menos oculta o inconfesable, sino única y exclusivamente porque este 2 de marzo es ya domingo de carnaval.