Se acerca el puente de la Purísima Constitución y algunos afortunados tendrán la ocasión de disfrutar de unas mini vacaciones allende los mares. Y como todas las cosas en esta vida, el yin y el yang confluyen para recordarnos que todo bien tiene su contrapartida. ¿Qué contrapartida tiene un viaje? está claro: tener que pasar por el aeropuerto.
Para viajar a Estados Unidos es preceptivo cumplimentar la autorización ‘ESTA’, que, a efectos prácticos, significa renunciar a nuestros derechos como personas ante las autoridades gringas y ponernos a la altura del ganado. Pues atravesar los controles de seguridad de los aeropuertos viene a significar más o menos lo mismo. Te acercas con celeridad al laberinto de cintas y postes para, poco a poco, empezar a oir a una especie de esbirros que te recuerdan a gritos cuan baja caerá tu dignidad a la hora de pasar por el arco de pitido aleatorio. En parte les entiendo, por nuestros aeropuertos pasan individuos tan cargaditos de CH3CH2OH que solo entienden el lenguaje del látigo.
Continuamos y, previo paso por el duty free a modo de obligación de pernada visiva, buscamos entre las pantallas las referencias de nuestro vuelo. Aquí sí que nos puede pasar de todo. Creerse la información que aparece en las pantallas es casi un acto de fe. Te puedes encontrar -a mi me ha pasado- con que se avisa que un vuelo está retrasado una hora y si no te preocupas de ir mirando cada cinco minutos te puedes encontrar que pasados los tres cuartos el vuelo está embarcado y cerrado. No me lo invento, yo perdí un vuelo gracias a la ‘fiabilísima’ información que aparecía en las pantallas. Nadie quiso hacerse responsable, por supuesto.
Bueno, después de caminar unos ochenta minutos aproximadamente, conseguimos llegar a nuestra puerta de embarque. Si tenemos suerte será una puerta con sillas suficientes, de lo contrario, esperaremos religiosamente de pie. Procuraremos ponernos en cola media hora antes del embarque para asegurar que nuestro troley tenga sitio en cabina.
Entramos en el avión (después de esperar un par mallorquín de minutos dentro del finger) procurando ser inconscientes ante la situación de total claustrofobia que se genera allí dentro. El truco es mirar a la butaca de enfrente o leer lo que sea.
Bien, por fin el avión despega. Según con qué compañía low cost viajemos nos encontraremos durante el vuelo con ofertas de compra muy singulares, loterías y apuestas incluidas. Hay momentos en que uno llega a pensar que ya sólo falta que salga una azafata ofreciendo la batamanta.
A pesar de que el vuelo sale con más de un cuarto de hora de retraso -por lo común-, cuando llegamos a destino escuchamos al (o la) sobrecargo vanagloriandose de haber llegado “dentro de la hora programada”. Y yo les digo: ¡Si programáis que para ir de Palma a Madrid se precisa de una hora y treinta minutos es normal que lleguemos “dentro de la hora programada”!. Produce la misma hilaridad que cuando te dicen “gracias por habernos elegido para volar”. ¿O alguien piensa que existe fidelidad a una compañía? se escoge por hora de vuelo y por precio, pero no por la cara bonita de una marca.
De la historia de tener que reclamar un equipaje que no encontramos en la cinta transportadora prefiero ya no hablar por tedioso.
A todo ello, si además a usted le toca pasar por Son Sant Joan coincidiendo con un día de lluvia, tendrá que caminar sorteando los cubos que recogen el agua que se derrama por el tejado. Tenemos un aeropuerto que es una oda a la calidad de la construcción.
Suerte y buen viaje.