El pasado 8 de mayo "sa Casa Llarga" devino el foco de resistencia de un pueblo clamando por su dignidad. Ni un ápice de grandeza ha sumado Jaume Sastre al espíritu del lugar. "Sa Casa Llarga" forma parte de la familia de Can Gazà, en dónde otro gran Jaume, el incombustible Jaume Santandreu, lleva años poniendo de excusa a la marginalidad para hacer lo que le gusta de verdad: derrochar generosidad.
Sastre y Santandreu son dos soñadores inmersos, desde hace años, en la lucha por una quimera: la dignidad. Reclaman dignidad y respeto para un pueblo en su conjunto y, como no puede ser de otro modo, dignidad para todas y cada una de las personas individuales que lo forman. Tan tozudo el uno como el otro, quienes les conocemos sabemos que nunca van a dar un paso atrás, si no es para darse un nuevo impulso hacia una batalla mayor.
Cuestionar la determinación de estos dos luchadores sólo es posible desde la ignorancia maliciosa o, simplemente, la maldad estúpida de quien vive absorto en la contemplación embelesada de su propio ombligo. No conozco a nadie que, con la razón y certeza de haber hablado con ellos cinco minutos, tenga un ápice de duda en calificarlos de vencedores. Son dos corredores de fondo y poseen la mayor de las riquezas: determinación, en cantidad inconmensurable.