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Ébola, el virus va por delante

lunes 13 de octubre de 2014, 19:34h

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Hace unos días, un experto de Médicos sin Fronteras de los que están sobre el terreno en Guinea, manifestaba en una entrevista: “no es que vayamos detrás de la epidemia, es que la epidemia corre delante”. Expresaba así la frustración de todos los que están luchando contra este brote epidémico en los tres países afectados, Guinea, Sierra Leona y Liberia, que ven como, pese a sus esfuerzos, la epidemia continua rampante y el número de afectados y muertes crece sin cesar y, lo que es peor, no solo no se está consiguiendo controlar, sino que parece cada vez más lejos de poder ser controlada.

Los países desarrollados  actuamos en un principio con la típica displicencia y superioridad con la que tratamos este tipo de emergencias sanitarias, sobre todo si ocurren en África. Consideramos, desde la experiencia acumulada en los brotes anteriores de ébola, que quedaría circunscrito geográficamente y afectando a un número limitado de personas. No valoramos adecuadamente el hecho de que la enfermedad había dado un gran salto hasta el extremo occidental del golfo de Guinea, que había aparecido en una zona rural pero con una densidad de población apreciable formada por etnias que viven en los tres países, con mucho movimiento y relación entre ellas y con unas costumbres sociales de cuidado de los enfermos y funerarias que son terriblemente favorables al contagio y expansión del virus, lo que llevó que la infección se diseminara rápidamente por las zonas fronterizas entre los tres países. Tampoco supimos ver el enorme riesgo de que la enfermedad llegara a las zonas urbanas, a las grandes ciudades, donde sería mucho más difícil de contener y desde donde le sería mucho más fácil extenderse, incluso internacionalmente. La propia Organización Mundial de la Salud tardó casi seis meses y mil muertos en declarar el brote emergencia internacional.

A pesar de todo, la reacción de los países desarrollados siguió siendo tibia, no se han dedicado grandes esfuerzos a la epidemia y, como es habitual, hemos actuado con arrogancia, minimizando la posibilidad de que nunca el virus pudiera llegar hasta nuestros países. Diversos expertos, que lo son, de varios países han declarado una y otra vez que era casi imposible que pudiera llegar un caso a Europa o América. Y sin embargo, uno ha llegado a Estados Unidos. Repatriamos algunos de nuestro conciudadanos infectados y los políticos y algunos expertos afirmaron que se habían tomado todas las medidas, precauciones y

activado todos los protocolos y medios materiales para hacer casi imposible el contagio del personal implicado. Y sin embargo los contagios se han producido, uno aquí en España y otro en los EE.UU. Ahora algunos políticos pretenden hacer recaer la responsabilidad en los propios afectados, por supuestos, o reales, fallos en la aplicación de los protocolos. Pero incluso si dichos fallos se han producido, la responsabilidad  no sería del personal sanitario, o lo sería solo en una mínima parte, porque cualquier responsable sanitario debería saber que un protocolo muy complicado requiere mucha formación y entrenamiento previos de equipos estables y bien coordinados antes de poder ser implementado con eficacia y seguridad y este requisito no se cumplía en nuestro caso.

Pero hay otro aspecto que se está, si no ignorando, sí minusvalorando, que es el de la propia capacidad de los microorganismos de cambiar y modificar sus mecanismos de transmisión e invasión, de encontrar nuevos reservorios, nuevas especies, nuevas formas de evasión de las defensas inmunológicas, que les permitan establecerse en entornos nuevos, diferentes de aquellos en los que han estado confinados hasta ahora. Hay profesionales sanitarios y cooperantes que comentan que otras enfermedades están produciendo muchos más enfermos y muertos, en esa zona África y en el resto del mundo, como el paludismo y a las que no se dedica tanta atención, viniendo a decir que consideran excesivo el interés por este brote epidémico. Discrepo de esa postura. Todas las enfermedades deben recibir la atención debida, el paludismo, la tuberculosis, la meningitis, la polimielitis, la gripe, la esquistosomiasis, la enfermedad de Chagas, la úlcera de Buruli, la filariasis linfática, el dengue y tantas otras, pero, por lo mismo, también el ébola, máxime cuando, hasta ahora, no se están dedicando precisamente excesivos recursos a la contención del brote. El último informe de la OMS, del viernes pasado, contabiliza ya más de 8.000 infectados y más de 4.000 muertos, con una mortalidad cercana al 50 %. Se reconoce que está fuera de control y que en unas semanas puede llegar a los 20.000 casos y 10.000 muertos.

Se trata de una emergencia sanitaria en toda regla. Aunque de momento las cifras globales sean modestas respecto de otras enfermedades, como el paludismo, la velocidad de extensión, el número de infectados, la tasa de mortalidad y la ausencia de inmunidad natural por tratarse de un virus con el que no hemos coevolucionado, conforman un cuadro epidemiológico muy preocupante, al que las organizaciones sanitarias internacionales y los países desarrollados deberían destinar, de inmediato, recursos adecuados y suficientes tanto para la contención “in situ” de la epidemia y el tratamiento de los afectados, como para la investigación en tratamientos y vacunas eficaces.

Hace unas semanas escribí que: “el SIDA es un ejemplo de pandemia  que se inició en alguna zona rural de África Central, por contagio de personas con un virus de los simios que mutó y se adaptó a la especie humana y ha acabado en lo que todos sabemos, un problema sanitario universal, que ha supuesto unos treinta millones de muertos, muchos más de infectados y en el que hemos gastado, y seguiremos gastando, ingentes cantidades de recursos económicos y que, además de los dramas individuales y familiares, ha mutilado las expectativas de desarrollo de muchos países, especialmente africanos. Mientras estas infecciones están limitadas a casos aislados o pequeños brotes en países del tercer mundo, no se dedican recursos económicos a financiar proyectos de investigación sobre su patogenia, epidemiología, distribución, diagnóstico y tratamiento. Hasta que no llegan a nuestros países no nos preocupamos. Craso error. Aparte de consideraciones éticas y morales que nos deberían impeler a participar activamente en programas de mejora de la sanidad en esos países y a destinar una parte suficiente de nuestros recursos a la investigación y desarrollo de métodos diagnósticos y tratamientos para estas enfermedades, también deberíamos hacerlo por puro egoísmo. El riesgo de que estas infecciones lleguen hasta nosotros es innegable, como ya ha pasado con el SIDA, y no solo con el SIDA, y si cuando llegan no disponemos de métodos de diagnóstico rápidos y fiables, ni de vacunas, ni de medicamentos eficaces, padeceremos las consecuencias y tendremos que invertir muchos más recursos en investigaciones aceleradas, pero que, en cualquier caso, no evitarán el sufrimiento y la pérdida de aquellos que enfermen antes de que desarrollemos los remedios adecuados”. Me mantengo en lo escrito.
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