El pasado domingo de Reyes millones de niños estrenaban eufóricos sus juguetes nuevos, y yo me desayunaba con un regalo sorpresa. Con la taza de café en la mano me enteraba por las redes sociales que una persona a la que aprecio y admiro lograba por primera vez en la historia hollar la cima verdadera del Manaslu en una ascensión realizada íntegramente durante el invierno astronómico. Me emocioné al escuchar el audio que recoge el momento, porque esos segundos de Alex Txikon gritando ronco y quebrado desde la cumbre de la octava montaña más alta del mundo resumen años de sacrificio, perseverancia, planificación, prudencia, aprendizaje, humildad y pasión en el despiadado mundo del himalayismo invernal.
Txikon alcanzó la cima sin emplear oxígeno embotellado liderando un grupo compuesto por otros seis montañeros que sí emplearon bombonas. De hecho cuatro de ellos llegaron antes a la cima, como él mismo explicó más tarde. Los que conocemos a Alex sabemos que portea material en altura, abre huella, monta tiendas e instala cuerdas fijas en igualdad de condiciones que sus compañeros de expedición. O sea, realiza todas las labores que los montañeros aficionados como yo no hacemos cuando nos empotramos en una expedición comercial.
Por desgracia la alegría sin reservas que me produjo la noticia duró poco más que el café caliente sentado en mi cocina aquella mañana soleada. Minutos más tarde, junto a las felicitaciones, comencé a leer verdaderas estupideces en las mismas redes que se hacían eco de la noticia. Los compañeros de Alex no eran polacos -los maestros y precursores del ochomilismo invernal- ni españoles, ni italianos, ni búlgaros, ni ecuatorianos… eran nepalíes. Y ese era motivo suficiente para sospechar, o directamente afirmar, que a Txikon lo habían subido poco menos que en brazos hasta allí arriba.
El efecto Dunning-Kruger se expuso por primera vez en los años noventa en un estudio de la Universidad americana de Cornell. Describe un sesgo cognitivo por el cual las personas menos capaces sobrestiman sus habilidades. O sea, tontos que se creen listos, inútiles que se ven competentes, vagos que se consideran esforzados, y en este plan. Una de las principales consecuencias asociadas es que el inepto se muestra incapaz de reconocer la habilidad de otros.
Hay que tener unos genitales muy grandes para escribir según que tonterías desde el sofá de casa sobre un tío que ha subido desde el campo base a la cima del Manaslu y vuelta al campo base en menos de sesenta horas, soportando temperaturas inferiores a cincuenta grados bajo cero y un viento salvaje que los barría sin ninguna protección mientras atravesaban el inmenso plateau que antecede a la arista cimera.
El efecto Dunning-Kruger suele estar relacionado con la ley de la controversia de Benford, según la cual “la pasión asociada a una discusión es inversamente proporcional a la cantidad de información real disponible”, o sea, el día a día de Twitter y otros patios de colegio sin árbitro donde los más ignorantes coinciden con los más osados.
Este es el signo de nuestros tiempos, pero lamentablemente mi pequeña decepción no se limitó a los comentarios en redes de cuatro iluminados. Uno pensaba que el periodismo de trabuco, ese que trata las informaciones en función de la publicidad que se coloca en determinado medio de comunicación, quedaba alejado de una actividad como el alpinismo profesional. Pero he comprobado que no, porque los intereses económicos son capaces de ensuciar también las crónicas de un medio especializado sobre la hazaña de Txikon y sus compañeros nepalíes.
Se mire como se mire, ascender un ochomil es un reto descomunal para cualquier persona. Lograrlo sin la ayuda de oxígeno artificial eleva la exigencia física a límites sobrehumanos. Pero conseguirlo en invierno convierte el desafío en una experiencia que tiene muy poco que ver con la competencia deportiva, seas el primero, el segundo o el quinto en la historia que pone sus botas allí arriba. Sobre todo si lo haces desde el respeto absoluto hacia los que te precedieron, y sin restarles ni un ápice de su mérito.
La primera vez que escuché a Alex nada más regresar a Katmandú lo sentí débil por la paliza descomunal que se había dado, pero también algo decepcionado por estas polémicas absurdas. Esa tristeza le duró menos de 24 horas, porque un tipo como él se recupera rápido de casi todo. En los audios que hemos intercambiado los últimos días lo he vuelto a notar alegre, lleno de energía, orgulloso de lo conseguido, agradecido a la vida y a sus compañeros, respetuoso con todas las opiniones -incluso con las que no son respetuosas- e ilusionado con los proyectos solidarios que asocia siempre a sus expediciones.
Antes de regresar a España Txikon ha vuelto a Samagaon, de nuevo a los pies del Manaslu, para llevar junto a un grupo de médicos y enfermeros material sanitario para la población local y dos cunas térmicas que en zonas tan inhóspitas van a reducir de manera drástica la mortalidad infantil durante los meses más fríos. Supongo que al menos esta hazaña invernal no se la discutirá nadie.