Finalmente, Novak Djokovic no jugará el Open de Australia que comienza hoy en Melbourne. El Tribunal Federal del país mantuvo la decisión adoptada por el Gobierno australiano a la hora de retirar el visado al tenista por las irregularidades en su documentación sanitaria y para asegurar -esgrime el ejecutivo australiano- el mantenimiento del orden público.
La mercancía adulterada de Djokovic no ha conseguido pasar la aduana de Australia. La combinación de egoísmo, falta de empatía y arrogancia -probablemente con un mal asesoramiento añadido- han vencido al número 1 del tenis mundial y a los intereses económicos y publicitarios que ahora se ven perjudicados por la actitud del serbio. La decisión sienta, además, un precedente para futuras polémicas de este tipo.
Con la deportación de Novak Djokovic acaba un culebrón que comenzó el pasado 6 de enero con la detención del tenista y que continuó con un rosario de recursos y decisiones judiciales que se han ido sucediendo hasta este mismo domingo. La decisión del tribunal zanja la situación administrativa de Djokovic y traslada a la opinión pública -a la de Australia, pero también a la del resto del mundo- que nadie está por encima de la ley y que de las normas aplicables al conjunto de la ciudadanía no puede escapar nadie por su condición de deportista de élite o figura de una trascendencia mundial.
Precisamente por esto último, la deportación de Djokovic tiene también un efecto moral, por mucho que sus defensores hayan definido el proceso judicial como una "caza de brujas". Que el serbio hubiera constituido una excepción, aceptándole las irregularidades de su documentación y obviando la falsedad de algunos testimonios, habría sido una pésima decisión ante una población que ya lleva acumulados muchos sacrificios durante esta pandemia y que tiene el derecho a esperar que el resultado de esos sacrificios sean protegidos, sin excepciones.
La decisión, además, resta fuerza al movimiento antivacunas, que ha situado a Djokovic como icono de su lucha, aunque la polémica puede volver a repetirse en futuras citas del circuito mundial de tenis. Al parecer en Roland Garros sí es factible la presencia del serbio, pero no así en otros campeonatos, con lo que una reedición de la controversia parece asegurada con nuevos episodios; unos episodios que de producirse se deberían resolver también con decisiones que no desmerezcan ni menosprecien el ingente esfuerzo de millones de ciudadanos que, sin ser estrellas mundiales, cumplen las normas para que esta crisis sanitaria acabe cuanto antes.
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