Dibujos geniales
miércoles 05 de junio de 2019, 02:00h
En estos primeros días de junio, en los que la canícula empieza a mostrar su lengua viperina en forma de bochorno estival, nada más refrescante que echar mano de la biblioteca (de “una” o de “la”, en caso de tratarse de una propiedad privada) y escoger unos cuantos libros de dibujantes de primerísima fila. El dibujo, en sí mismo, es una especialidad artística que, sin ser menor -de ninguna manera- posee una dignidad celestial fruto, precisamente, de su sencillez, simplicidad y naturalidad. Para realizar un dibujo no se requiere un piano; ni una tonelada de bronce; ni brochas, paletas, caballetes y telas; ni siquiera una cámara de cine: la necesidad es tan precaria que con un vulgar lápiz y un papel hay suficiente material como para poder ejecutar una auténtica obra de arte. Así de fácil.
Entre las estanterías de mi casa, se encuentran una cantidad considerable de aquellos libros que se suelen denominar como de “Historia del Arte”, así, tal cual, genéricamente. De alguna manera se tiene que notar que en aquella casa, en mi casa, vive una persona licenciada en Historia del Arte.
Así pues, de vez en cuando, descalzo mis pies y me subo en lo más alto del sofá con la sana intención de alcanzar mi estantería superior donde se hallan los libros relacionados con esta especialidad histórica. El motivo por el cual los volúmenes de dicha materia están ubicados en la última de las estanterías, casi rozando el techo de la habitación, es bien sencillo: son los más altos de lomo y no caben en el resto del mueble.
Estos últimos días, el azar me ha conducido a extraer unos pocos mamotretos dedicados a algunos de los mejores dibujantes según mi humilde parecer: Rembrandt, Nonell, Opisso y -en una regia posición- el maestro holandés Peter Brueghel de Elder (padre).
Los dibujos, bocetos y, sobre todo, grabados de Rembrandt son fenomenales por la trama usada para las sombras, el fino trabajo de la linea y el proceso de grabado con punta seca. Una joia. Sus famosos claroscuros y su fuerza en la composición convierten estas pequeñas (sólo por el tamaño) obras de arte en una enorme contribució a la evolución de la genialidad artística universal. ¡Una pasada!
Nonell, por su parte (y no voy a tolerar comparaciones entre ellos: sería muy estúpido e inútil si lo hiciera...) centra sus trabajos en seres marginados, personas afectadas de cretinismo y, por encima de todo, gitanas. El pintor y dibujante barcelonés hizo que su paso por el arte fuera una verdadera patada al estómago para la burguesía conservadora catalana, más acostumbrada a trabajos más amables y coloristas. Hoy en día se le considera un autor muy valorado.
Ricard Opisso, nacido en Tarragona, supo como nadie sintetizar las transformaciones y contradicciones de la sociedad catalana de la primera parte del siglo XX, así como las convulsiones sociales y políticas de la época. De talante muy personal, utilizó la sátira como herramienta de trabajo. Su lenguaje era muy sensible y su humanidad rebosante; su gran objetivo era buscar el verdadero espíritu de la expresión popular. ¡Casi nada!
Finalmente, Brueghel (llamado el viejo para no confundirlo con su hijo) es, para mí, la clara demostración de que el genio existe. De imaginación más que exuberante y, casi casi excesiva, el artista holandés del siglo XVI retrata una enorme cantidad de esperpentos que resumen el caos de la sociedad y, aun por encima, abruma al espectador con sus disparates grotescos, sus mamarrachadas adefésicas y sus desatinos pasados de rosca. En estas, el dibujo es impecable -de una miniatura muy nórdica-, limpio e impresionante por su estilo atronador pero increiblement equilibrado.
Ya ven: si quieren pasar un buen rato, váyanse a Internet que tambien tiene cosas buenas.