Una de las primeras fábulas que leí en la escuela fue la de «La cigarra y la hormiga», que se atribuye al griego Esopo, autor de otras fábulas igualmente famosas como «El escorpión y la rana» o «La zorra y las uvas». He de confesar que en aquellos lejanos años de mi infancia tomé siempre partido por la cigarra, aun reconociendo el elogiable trabajo de previsión llevado a cabo por la hormiga. No es que yo cantara, como la cigarra, pero al igual que ella era poco previsor, tanto en verano como en invierno. Igual me sucedía también en otoño, paseando muchas tardes por los parques llenos de hojas, o en primavera, esperando desde la terraza la jubilosa llegada de los vencejos.
Estos días me he vuelto a acordar de esa fábula, viendo la reacción de algunos países del centro y del norte del continente ante la petición de España y de Italia de poder contar con algo más de solidaridad en estos momentos. Históricamente, esos estados europeos hoy algo reticentes a ayudarnos justo ahora se identificarían, muy posiblemente, con la estajanovista hormiga de Esopo. A su juicio, españoles e italianos tendríamos, en cambio, más afinidades con la ociosa cigarra, una cigarra que aun así también sabe ser trabajadora y aplicada cuando la situación lo requiere.
Recuerdo que hace ya muchos años leí un excelente ensayo de don Miguel de Unamuno en el que defendía la figura de la cigarra, al entender que ya sólo con su canto había aliviado y hecho menos duro y gravoso el trabajo de la hormiga. Esa misma idea nos la transmitía, de otro modo, la cantante y compositora María Ostiz, con su bellísima canción «Canta cigarra», en la que humanizaba a ese misterioso insecto hemíptero. «A veces, algunas veces, el cantor tiene razón y busca en algún rincón la llave de la esperanza. Y a quien le escuche le calma, si no es el hambre del cuerpo, sea el hambre del dolor», cantaba María Ostiz.
Por su parte, el maestro José Ortega y Gasset pronosticó hace ya más de un siglo, con razón, que para nosotros Europa era y sería siempre la solución. Por eso nos duele que, a veces, algunos de sus estados se comporten con España como una hormiga un poco demasiado estricta. Nosotros, mientras tanto, poco a poco intentamos aprender a ser una cigarra algo menos descuidada. «Poeta de puerta adentro, espectadora dormida, nadando sola en el río, no pasa nada en tu vida. Cigarra, canta cigarra, que ya está llegando el día», le pedía María Ostiz a esa cigarra. Y nosotros esperamos que siga cantando también ahora, mientras vislumbramos con esperanza y fe la llegada de cada nuevo día.