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Diario de un confinado: El desinfectante

Por Josep Maria Aguiló
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jmaguilomallorcadiariocom/8/8/23
martes 28 de abril de 2020, 03:00h

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En estos días de mensajes confusos y a veces contradictorios sobre cuestiones esenciales para nuestra salud, se agradece especialmente que una conocida multinacional haya emitido un comunicado para despejar algunas dudas que, al parecer, habían surgido tras la última rueda de prensa del presidente norteamericano, Donald Trump. «Como líderes globales en productos de salud e higiene, debemos dejar claro que bajo ninguna circunstancia deben ser administrados nuestros productos desinfectantes al cuerpo humano, sea por inyección, ingesta o cualquier otra ruta», especificaba ese escrito, del que estamos seguros de que el bueno de Trump habrá tomado ya buena nota.

Por fortuna, la práctica totalidad de las personas que utilizamos normalmente productos de limpieza y desinfección sabemos cómo usarlos, dónde emplearlos y también qué medidas de protección debemos adoptar para evitar posibles accidentes. Un buen ejemplo de ello serían las precauciones que solemos tomar cuando, por las razones que sean, hemos de limpiar muy a fondo nuestro retrete. En ese caso concreto, nos solemos vestir como si estuviéramos trabajando en alguna antigua central nuclear de la extinta URSS o en alguna instalación científica ultrasecreta. Todo ese cuidado previo se ha acentuado aún un poco más, en varias nuevas direcciones, con la llegada del coronavirus.

Una vez descartado ya por completo —o confiemos al menos en ello— que ningún desinfectante puede servir como remedio médico para un paciente infectado con este virus, podemos analizar ahora la segunda reflexión novedosa que hizo Trump la pasada semana, relativa al poder de los rayos ultravioleta del sol para acabar con esta enfermedad. En concreto, habló de la posibilidad de que se golpee el cuerpo o la piel de algunos posibles afectados con una luz muy poderosa, algo que supuestamente podría dar buenos resultados. Trump no concretó, en cualquier caso, cómo sería exactamente ese golpe ni tampoco quién lo daría ni dónde sería.

A juzgar por los contrariados gestos de la asesora sanitaria de la Casa Blanca, la doctora Deborah Birx, mientras hablaba el presidente, los fundamentos científicos de esa segunda afirmación son por ahora entre muy escasos y casi nulos, por decirlo con suavidad. Aun así, al menos no se produciría ningún daño irreparable en esas personas o en otras que se sometieran a esa prueba de radiación solar, más allá de alguna quemadura más o menos relevante en la piel o alguna posible insolación puntual. En defensa del presidente podríamos tal vez alegar que, como dice el refrán, hasta el mejor escribano echa también de vez en cuando algún borrón.
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