Empieza el desasosiego propio de los meses antes de unas elecciones, momento clave entre los que tocan a la puerta para entrar y los que intentan esconder la llave para no salir.
Nervios, inquietud, ataques frontales, laterales, inferiores, superiores… todo una ceremonia a la que no por habitual nos acostumbramos.
Este período electoral que nos toca vivir es curioso, muy curioso. Nos movemos entre la ilusión de Més (las primarias, el proceso participativo, el convite al cambio, gente que ríe, es optimista), la desazón o apatía del PSOE (vencidos por un partido estatal desnorteado en toda España y, especialmente, en Cataluña, apáticos, con falta de chispa), la incógnita de Podemos (no sabemos ni que va a hacer cuando se presente, ni cuando salgan elegidos, ni si tiran para la derecha o para la izquierda) y el Partido Popular que merece un punto y aparte. Voy.
Ya estoy aquí. Punto y aparte, porque no se conoce ninguna otra circunstancia más adversa, que la de un partido en el cual sus propios militantes, o cargos públicos, reconocen que sería bueno volver a la oposición para conseguir un cambio de rumbo en el seno del propio partido.
Personas razonables y conscientes que es necesario otro estilo. Personas descorazonadas, cansadas, tristes de ver que su partido, el de toda la vida, en el que han trabajado para ganar, al cual le han dedicado mucho tiempo, no es el modelo por el cual habían soñado.
Y es que, en realidad, no hay modelo, una sola persona puede dar al traste con un partido moderado, de derechas pero sensato, decidido pero dialogante, con mayoría absoluta pero con capacidad de escuchar, vehemente pero con voluntad de racionalizar la situación, de principios fijos pero dispuesto a reconocer errores.
Este no es nuestro PP, dicen algunos. No lo sé. Yo nunca he vivido el PP tan de cerca como para saber si lo han cambiado o no, pero lo cierto es que es el partido donde se vive con mayor desconcierto, donde hay más voces críticas, donde más gente se siente sola y donde, a pesar de gobernar, se pide un cambio.
Y esta situación crítica no hace más que recordarme la frase de Richard Nixon mientras asistía al funeral de Charles de Gaulle: “¡Hoy es un gran día para Francia! Parece que será lo que dirán algunos militantes y votantes históricos del PP si hay cambio electoral.