Desde el aterrizaje del fondo de inversión norteamericano en el Mallorca, se ha acentuado el desarraigo y la división dentro del mallorquinismo errante se ha hecho más profunda. Desde su torre de cristal, Maheta Molango no deja de borrar del mapa todo vestigio de sentimiento y paisanaje que pudiera quedar y se dispone a colocar al frente de Son Bibiloni a Juan Manuel Pons, cómo no, un amigo de Javier Recio, cuyo currículum sería inmediatamente rechazado en cualquier club con aspiraciones de disponer una cantera aceptable. Para quienes no le conozcan fue destituido como entrenador del Gavá a la quinta jornada sin haber ganado un partido y fue director deportivo de un equipo catalán de cuyo nombre ni siquiera me acuerdo. Cobrará poco. Menos que el CEO, seguro. A este paso el futuro presidente puede venir de Malasia. El sustituido, Carlos Sureda, ya trabaja para Fali Ramadani, el poderoso agente de futbolistas del este europeo que, en su día, valoró con Aouate su entrada en el accionariado del club.
A todo eso, la afición entra en guerra. Ha causado un cierto malestar la afirmación de un caracterizado ex asesor jurídico en el sentido de que el Mallorca es un cortijo. Se ha quedado corto. Yo diría que un circo con más payasos que trapecistas, magos o domadores. Y si, es el cortijo del señor Sarver en el que sus gestores hacen y deshacen cuanto quieren sin tener en cuenta para nada las raíces, la tradición, la historia y los sentimientos mallorquinistas básicos. A mayores, un ex presidente, sostiene la teoría de que el día menos pensado se llevarán el club a otra ciudad y se quedarán tan panchos. Una hipótesis que no se puede descartar o, por lo menos, una opinión respetable. Los edificios no se desmoronan por el tejado, sino cuando se pudren sus fundamentos. Y los del inquilino de Son Moix hace tiempo que fueron profanados.
