Los resultados de las elecciones andaluzas han demostrado, una vez más, que las encuestas electorales en los últimos años están fracasando en toda regla en la predicción de los resultados electorales.
Puesto que durante décadas, con escasas excepciones, los sondeos anticipaban con razonable acierto los desenlaces de los sufragios, no parece probable que la metodología utilizada se haya vuelto inservible de repente, ni tampoco que la pericia profesional de sociólogos y demoscopistas se haya deteriorado súbitamente hasta la incompetencia.
Parecería, por tanto, que el fracaso de debería más bien a la incapacidad de detectar ciertas corrientes subterráneas de cambio social, que pasan inadvertidas, o casi, durante tiempo, o son minusvaoradas y que terminan aflorando en el momento concreto de las elecciones, produciendo resultados inesperados y sorpresivos.
Es cierto que la sorpresa es más cuantitativa que cualitativa. El descenso del PSOE y del PP, la estabilidad a la baja de Podemos, el ascenso de Ciudadanos y el de Vox, habían sido predichos por las encuestas, pero no en la medida en que se han producido, especialmente en lo que se refiere al hundimiento del PSOE y a la irrupción inusitada de Vox.
Pero las consecuencias políticas y sociales de la diferencia cuantitativa entre las predicciones y el resultado real son demoledoras. El PSOE, con toda probabilidad, deberá abandonar el gobierno de Andalucía tras casi cuarenta años ininterrumpidos, lo que implica la pérdida de su principal feudo político y electoral y tiene un significado simbólico decisivo y de pérdida de influencia social, aparte de la pérdida de miles de cargos de libre designación.
El PP se encuentra ante la posibilidad, probablemente no prevista, de gobernar una comunidad autónoma de las históricas, la más poblada, con enormes problemas económicos y sociales, con un líder con escaso conocimiento y nula experiencia, tras haber conseguido un mal resultado electoral, sometido a las exigencias de Ciudadanos y necesitando de la muleta que le proporcione, con contrapartidas por supuesto, Vox. Podría resultarle más perjudicial que beneficioso para sus aspiraciones de gobernar en España. Se llevará toda la culpa de lo que salga mal y Ciudadanos y, sobre todo Vox, se adjudicarán el mérito de lo que vaya bien.
Para Ciudadanos los resultados tampoco son extraordinarios. Ha subido mucho, más que doblado escaños, pero no ha conseguido superar a un PP a la baja y ha visto como Vox, surgiendo de la nada, ha conseguido mucho mejor resultado que ellos en las anteriores elecciones, que fueron las de su aparición en el ámbito autonómico andaluz. No tienen más remedio que apoyar un gobierno del PP, lo que implica ir mano a mano con Vox, o inhibirse y provocar nuevas elecciones, lo que muy probablemente le supondría un castigo en las urnas. Su situación, pese a las sonrisas, aplausos y aparente euforia de la noche electoral, no es demasiado risueña.
Adelante Andalucía, la marca andaluza de podemos, ha confirmado su estancamiento a la baja. Ni supera al PSOE en horas bajas, ni consigue ser alternativa, ni crece, al contrario, baja, con lo que no consigue ni sumar mayoría con los socialistas. Triste panorama.
El único auténtico ganador, que no vencedor, es Vox. Ha conseguido un resultado espectacular y está en condiciones de condicionar el futuro gobierno andaluz sin necesidad de involucrarse directamente, pudiendo apuntarse el mérito del cambio y librarse de las críticas de lo que vaya mal, que irán al PP y ciudadanos. Si los dos partidos principales de derechas aceptan utilizar a Vox como muleta para gobernar Andalucía, el los utilizará como palanca para proyectarse hacia el resto de España.
Y no solo pierden la demoscopia, el PSOE y Podemos. Con la ascensión de Vox, un partido xenófobo, racista, homófobo, patriarcal, de extrema derecha (según gritaban ellos mismos a invitación de su líder andaluz) y antisocial, pierde la democracia, pierde la decencia, perdemos todos, menos ellos.