De zumos de naranja y otras zarandajas

No tengo por qué hacerle la pelota y por este motivo me atrevo a ensalzar un artículo -publicado la semana pasada en este mismo periódico- de un buen amigo, excompañero profesional y persona de gran sencillez y una considerable dosis de talento. Me refiero al caballero José Antonio García Bustos. Este señor posee una imponente visión pedagógica para explicar asuntos de índole económica bajo un prisma simple, escueto, realista y sobre todo transparente, asequible y relativamente fácil. Mérito, no cabe duda. En su artículo sobre el distinto precio que tienen las cosas -ateniéndonos a distintas circunstancias; en su caso, el precio del zumo de naranja- comenta, con verbo clarividente, algunas nociones básicas de la economía cotidiana que muchos de nosotros desconocemos, sea por ignorancia supina sea por carecer del adecuado coeficiente intelectual; o ambas dos cosas. En definitiva: si no han tenido ocasión de leerlo, recupérenlo y verán que, con una afinación exquisita, se puede llegar a entender conceptos a veces alejados de nuestro entendimiento; y, por si fuera poco, disfrutar de lo aprendido. Gracias.

La referencia al excompañero y sin embargo amigo García Bustos me ha traído a la memoria mi época de trabajo en IB3, donde él ejercía de “todo aquello relacionado con la pasta” y un servidor intentaba llenar de contenido la parrilla de programación de la citada cadena de televisión autonómica.

Procedente de TVG (Televisión de Galicia), una buena mañana aterricé en Son Bugadelles, sede del canal, y allí me encontré con una situación muy curiosa. De entre la cúpula directiva de aquellos momentos, allá por el año del Señor 2008, descubrí, al momento, que en aquella mesa de Dirección había hombres buenos y hombres malos. Así, tal cual. Se trataba de una relación algo así como bipolar. No es el momento de crucificar a los malos, ni delatarlos públicamente, ni devolverles las traiciones, ni mucho menos recordarlos. Pensé que Mallorca estaba dividida entre estas dos facciones; y me equivoqué, claro. A lo largo de los dos años y pico que estuve ejerciendo mis labores en IB3 (primero como director de antena y, más tarde, como director de la cadena), los hombres malos sembraron, a mi alrededor, la cizaña correspondiente como para que mi trabajo resultase más complicado y menos divertido de lo que yo creía en un principio. Desde el primer minuto ejercieron de fiscales pérfidos y maléficos, cosa que finalizó en el último minuto de mi estancia en el Ente.

A pesar de ellos -hombres de un primitivismo resaltable, inapelable y de una bajeza de miras universales que causaba pena- las gentes de la Isla me mostraron, en todo momento, su gran sentido de la hospitalidad y me brindaron la ocasión de conocer a las personas e iniciar contundentes relaciones y profundas amistades. No quiero hablar más de los primeros.

En otro orden de cosas, desde mi llegada, encontré -y retuve- la comprensión, generosidad y capacidad de respeto de mi director general, Antoni Martorell, hoy el puto amo de esta publicación, entre otras actividades no menos importantes. Martorell me trazó las líneas generales de su proyecto y el que subscribe captó inmediatamente sus intenciones; y no sólo eso sino que, perfectamente compenetrado con sus planes, me dispuse a ejercer mi cargo con entera firmeza, alegría, buen humor y sensatez así como a poner a disposición del proyecto toda mi experiencia anterior en el oficio, extensa y potente (por qué no decirlo). El trabajo fue duro, muy duro, pero las ideas de Martorell eran muy claras y coincidían absolutamente con mi particular visión de la jugada.

Debo confesarles que, hoy en día, casi diez años después y visto lo visto, la intencionalidad del propósito fue positiva y, diré más, el resultado que ofreció a los telespectadores de Baleares pienso que fue relevante y con sanos atisbos de calidad y equilibrio.

Por cierto: García Bustos fue de los buenos.