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De Tortosa a Vladivostok

Por Fernando Navarro
viernes 17 de noviembre de 2023, 10:10h

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Anne Applebaum es periodista y escritora. Tiene un currículo bastante impresionante que incluye una licenciatura en Yale, títulos en la London School of Economics y el St. Antony's College de Oxford; ha trabajado en The Economist y The Spectator, ha sido miembro del consejo editorial del Washington Post, y ahora está en The Atlantic. Ah, y ganó un Pulitzer en 2004 con una historia del Gulag. En toda su trayectoria se ha caracterizado por ser una ferviente defensora de la democracia liberal, esa que –algunos parecen olvidar- requiere la existencia de leyes generales, abstractas e iguales para todos, y donde el poder –con el fin de controlarlo eficazmente e impedir su abuso- es dividido en parcelas independientes que se contrapesan recíprocamente. Digo todo eso para que entiendan que no es una señora que pasaba por ahí la que el pasado martes denunciaba en tuiter el peligro que supone la amnistía de Sánchez. Tal vez esto suponga un amargo consuelo a Sánchez: España puede adquirir súbitamente más relevancia en el exterior que la que auguraba su última intervención en el aparcamiento de la Casa Blanca.

El caso es que la denuncia de Applebaum se centraba en uno de los aspectos inquietantes del proyecto de amnistía: servirá para hacer desaparecer las investigaciones sobre los tentáculos de Putin en el Procés. Todo esto puede sonar algo cómico -una pintoresca trama que junta apellidos catalanes con rusos, Josep Lluís Alay con Dmitrenko-, pero es muy real. Obviamente a Putin no le interesan las quimeras del nacionalismo catalán, pero las suyas confluyen con éste. A falta de Prat de la Riba dispone de Ivan Ilyin, y sus enseñanzas lo han convencido de que Rusia es algo singular: nada menos que la encargada de ayudar a Dios en su lucha contra el mal. Esta entidad providencial se ha ido manifestando a través de sucesivos avatares: el primero la Rus de Kiev; el siguiente, la Rusia zarista; el tercero, la Unión Soviética. Y aunque parezcan opuestos hay una continuidad entre todos ellos. Por ejemplo –siempre según Ilyin y Putin- es bien sabido que los monjes liquidados por los bolcheviques en el 17 elevaron posteriormente desde el Cielo sus plegarias para contribuir a la victoria soviética en el 45; con ello demostraron no ser rencorosos. El último avatar será Eurasia, un imperio destinado a gobernar «desde Lisboa a Vladivostok»; porque la Unión Europea, que es parte del mal, está condenada a fragmentarse y desaparecer. Entiendo que todo esto les parezca ridículo, pero para Putin es muy real. En todo caso es fácil de visualizar su confluencia de intereses con el Procés: éste último puede servir para desestabilizar Europa, y contribuir a su fragmentación.

La proposición de ley de amnistía insiste machaconamente en el concepto de «interés general», a pesar de que todos sabemos que éste surgió súbitamente ante la necesidad de 7 votos para mantenerse en el poder. Así que precisamente eso, la necesidad de Sánchez, es lo que realmente identifica la propuesta con el interés general. En 1922 alguien defendió que el «soberano» es aquél que tiene la capacidad de saltarse el estado de derecho en nombre del «interés general», que es exactamente lo que hace este proyecto. Esa definición proviene de la Teología Política de Carl Schmitt, que por cierto fascinaba a Ilyin y con esto parece cerrarse un círculo. Pero que estemos saliendo de la órbita de las democracias liberales, para adentrarnos en regímenes más ajustados a lo prescrito por Schmitt, debería alarmarnos profundamente. Eso sí, con las inyecciones de dinero que Sánchez ha pactado para Cataluña, serán las Rodalies las que lleguen a Vladivostok.

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