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De sirvioles enamoradas y almendros muertos

viernes 09 de octubre de 2020, 09:39h

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La poesía invade el Parlament. La inesperada consellera, Mae de la Concha, sacó a relucir las querencias literarias inherentes a su profesión de librera, y nos obsequió con un ripio final tras su exposición de las razones por las que considera que debe protegerse el proceso reproductivo de la Seriola Dumerili en aguas del Mediterráneo. Las sirvioles están enamoradas y está muy feo matarlas, dixit. Para recitar semejante memez con gracejo poético haría falta ser una genio como Gloria Fuertes, pero se conoce que vender libros y escribirlos son cosas distintas.

En cualquier caso, bien está que se protejan las sirvioles en determinadas épocas si es que existen estudios que avalen tal medida. Espero, no obstante, que ello no signifique la desaparición del placer septembrino que largar una fluixa por popa para poder degustar un verderol de vez en cuando, si es que la obsesión del Pacte por prohibir aún no ha llegado a tal extremo.
En último término, siempre nos quedará Cap Roig, en Sa Mesquida, Menorca, para saborear la mejor sirviola del mundo.

Mientras los diputados le reían la ocurrencia, nuestro capitidisminuido sector pesquero, el que debe proveernos de la "soberanía alimentaria" por la que aboga su conselleria, languidece maltratado en nuestros puertos. En condiciones ordinarias -es decir, sin COVID- en Mallorca se importa el 80 por ciento del pescado que llega a mercados y restaurantes. Este desatado furor prohibitivo de la izquierda lo que consigue es que la huella de carbono del pescado que consumimos se agigante, porque para ultraproteger sirvioles enamoradas o rayas bramantes -por poner dos ejemplos- acabamos comiéndonos panga del río Mekong, langostinos australes de las Malvinas o sepia del Índico, que llegan a nuestra isla, en lustrosos envoltorios de porexpan y plástico, después de surcar los mares en preciosos contenedores refrigerados a bordo de gigantescos cargueros que queman cada año millones de toneladas de fuel para satisfacer el (dudoso) gusto culinario de los urbanitas del primer mundo. Todo muy ecológico.

Por cierto, aprovechando que Mae de la Concha se ha lanzado al arte de la recitación, ya podría componer también una elegía por nuestros almendros -y ullastres, etc.- caídos por la Xylella Fastidiosa y la inoperancia absoluta de su departamento. Mallorca es un inmenso cementerio agrícola y su muestra más palpable es la estampa de decenas de miles de almendros -otrora, signo de identidad de esta tierra- cadavéricos, esperando ya solo que un alma piadosa tenga a bien talarlos para, al menos, tener el honroso final de arder en nuestras chimeneas y obsequiarnos con el inconfundible aroma de su leña.

Esa imagen es una hiriente vergüenza colectiva, la prueba del algodón de la agonía de nuestra agricultura ante la indiferencia de la librera gallega y otros próceres del pijoflautismo más inoperante.

En el Pacte es todo escenificación y postureo ideológico, por eso prefieren la fácil e inocua gracieta, que oculta eficazmente su ineptitud, a algo tan duro e ingrato como gestionar nuestro sector primario.

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