El mojo picón es una rica salsa canaria que se prepara con ajos, cominos, pimentón, aceite de semillas, un chorrito de vinagre, sal, miga de pan blanco y unos pimientos picantes de la tierra que en las islas afortunadas denominan pimientas de la puta la madre -con perdón- y que no he logrado encontrar en Mallorca, así que yo la aderezo sustituyéndolas por un mix de pimiento morrón y alegrías riojanas en aceite, añadiendo galletas picadas en lugar de pan para ligarla y darle textura. Me queda cojonuda, valga la inmodestia.
Excuso decir que también sé pronunciar con casi perfecto acento insular palabras como guachinche o chicharrero, y que acostumbro a comer plátanos de La Palma. Pero no soy canario, ni lo pretendo. Tampoco presumo de conocer mejor esas islas que un ciudadano cualquiera de la Meseta, por ejemplo.
Sin embargo, nuestro sector hotelero, y con él, su conseller del ramo están encantados con que el nuevo titular de la cartera de Turismo sea, una vez más, un político canario, porque sin duda un ciudadano de esa comunidad entiende mucho mejor los problemas de la insularidad que nos son comunes.
Este irrefutable argumento sería extensible a los habitantes de Madagascar, las islas Chafarinas, Islandia, las Malvinas o las islas Hawái. Las islas son islas, he aquí el teorema que repiten los socialistas baleares una y otra vez para disimular su enésima autohumillación.
Sin embargo, a este argumento parece ser que no le resulta de aplicación la propiedad conmutativa, porque si bien los canarios pueden ser ministros de turismo porque entienden como pocos los problemas de los baleares, éstos no pueden ser en ningún caso ministros de turismo -ni de ninguna otra cartera- porque no entienden nada ni a nadie. Esta conclusión se desprende de la muestra empírica de ocasiones en que ha habido oportunidad de nombrar un ministro de turismo nacido aquí y ni Felipe González, ni Zapatero, ni el inefable Pedro Sánchez lo han creído oportuno.
Y fíjense que hasta nos conformaríamos porque aceptaran pulpo como animal de compañía, id est, que se llevasen como tal a Iago Negueruela, que tiene de mallorquín lo mismo que las postales de flamencas de los souvenirs. Pero bueno, sería un quid pro quo, es decir, un favor mutuo. Ellos ganarían haciendo ver que al fin nombran ministro a un ciudadano de Balears, desagraviando a Armengol, y nosotros enviando de regreso a la Península a don Iago, con billete solo ida, a poder ser.
Pero Francina propone y Pedro dispone, así que una vez más la presidenta tendrá que tragar lo que le administre su partido, algo a lo que está plenamente acostumbrada, pues a menudo ha degustado unas deliciosas y crujientes ruedas de molino, convidada por el bello Sánchez. Solo que ahora, de postre, y para acabar su mandato, podrá aliñarlas con un sabroso mojo picón canario.