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Del garaje a la naveta

viernes 23 de marzo de 2018, 02:00h

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No sé si se habrán percatado, pero en los últimos meses los grafitis están proliferando por doquier en nuestra ciudad. Comenzaron hace años con algunos puentes bajo la vía de cintura y con el mobiliario urbano. Vieron que nada pasaba. Luego pasaron a toda cuanta puerta enrollable de local de negocio o garaje hay en Palma y alrededores. Siguió sin pasar nada. Más tarde, fueron los antisistema turismofóbicos los que emborronaron edificios emblemáticos del centro con sus consignas. Entonces se produjo una tímida reacción de los dirigentes políticos, impulsados por un sector turístico soliviantado, y esas pintadas sí fueron eliminadas rápidamente. Unas sí y otras no, lo que transmite el equívoco mensaje de que, mientras no se metan con nuestra economía, los vándalos egocéntricos y oligofrénicos que, con la inestimable colaboración de EMAYA y sus trastos, destruyen la imagen de una urbe ordenada y limpia, pueden hacer lo que les venga en gana.

Hace unos pocos meses se instalaron pantallas anti-ruido en la autopista Palma-Inca, a la altura de Marratxí. No pasó ni un solo día antes de que aparecieran las primeras iniciales o nicknames a todo color. Una semana después no quedaba un solo centímetro de la pintura original.

A la izquierda municipal le gustan las pintadas porque le parecen una romántica forma de rebeldía contra el sistema, una especie de Valtonyc gráfico. Supongo que confían en que los grafiteros acaben votándoles, los muy ilusos. A la derecha no le agradan las pintadas, pero tampoco ha hecho prácticamente nada cuando ha gobernado.

A un diputado socialista del Parlament, en cambio, le apasionan los grafitis artísticos, por eso los colecciona con su cámara y, encima, lo pregona urbi et orbi en un reportaje en la prensa local, para animar al personal. Sí, ya sé que una cosa es el arte urbano –que no deja de ser una forma menos agresiva de ensuciar la propiedad ajena- y otra los símbolos ininteligibles de los terroristas del spray. El problema es que no existe una regulación ni un organismo público que se dedique a clasificar las pintadas en artísticas y catetas, y unas y otras acaban superponiéndose a la mugre.

Tampoco nadie controla el comercio de sprays de pintura, y seguramente alguien debe estar haciéndose de oro con su venta.

Como colofón a esta colorida historia, el ayuntamiento de Ciutadella, el Consell de Menorca y el Govern han puesto el grito en el cielo al unísono esta semana por los jeroglíficos con los que algún cenutrio ha cubierto sa Naveta des tudons.

Y yo me pregunto, ¿de qué se extrañan?

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