Si Luis Aragonés no hubiera fallecido y aún entrenara al Mallorca no permitiría vestir de amarillo ni para celebrar un título de liga. La idea de recibir al Tenerife con la camiseta de este color, que debería conjuntar con un pantalón azul para reproducir fielmente el equipaje del ascenso a primera división en el año 1960, no pasa de ser un detalle anecdótico que, aún así, se inscribe fuera de tiempo y lugar. Hubiera valido para conmemorar el cincuentenario de aquella hazaña insólita, pero queda fuera de concurso si de lo que se trata es de clausurar el año del centenario que vence el próximo 5 de marzo y con el que no guarda relación. Por la misma razón se podría haber celebrado el 11-S el debut en la Champions League, en agosto la Supercopa de España, el 28 de junio el título de Copa del Rey o la final de la desaparecida Recopa contra el Lazio en Birmingham.
Nada nuevo en el ridículo del que han formado parte los integrantes de la comisión organizadora de la efemérides nombrada por Utz Claassen para preservar su imagen y presidida por Toni Tugores, cómplice necesario de quienes han conducido al club hacia el borde de un abismo en el que aún no sabemos si terminará cayendo. Ni un solo acto relevante circunscritos casi todos ellos a solamente dieciséis de los cien años de historia que, a trancas y barrancas, se han recorrido. Han faltado numerosos recordatorios y reconocimientos, alguno de ellos a personajes entrañables de estos veinte lustros y ha sobrado el peloteo, por motivos obvios, al accionariado presente y del pasado más próximo. Y miren, en lugar de rescatar camisolas gualdas, aquellas con escapulario rojo, bien hubieran hecho en tratar mejor a los supervivientes de Vallejo, como Antonio Oviedo, Julián Mir, Juan Forteza y los compañeros que siguen vivos si hay alguno más. Ellos no se quejarán, sino todo lo contrario, pero para eso estamos nosotros que seguiremos sin tragar como hacen otros.