Hoy no les puedo escribir del Almirante Hila, de la señora Armengol, ni de su sanchopanza particular, padre de la Patria, Cosme Bonet, ese señor que podría trabajar en una antigua discográfica, 'La voz de su amo', ni del Presidente del Gobierno de la nación, conocido como Antonio. Hoy les escribo de gente que vale la pena. Que vale mucho la pena. Personas de verdad.
Hace unas semanas, escribí, bajo el título de 'Indivisa manent', unos párrafos sobre La Salle. Si alguna institución o persona no física ha marcado mi vida, esa es, sin duda, La Salle. Empecé a los cinco años y salí de ahí con 18, en el prehistórico año de 1985. Mañana quienes finalizan ese viaje son mis hijos. El último examen, después de 14 años en el Colegio.
Lo primero que se me ocurre es dar las gracias, mil veces gracias, a La Salle de Palma por la labor hecha con mis hijos, encaminados a ser personas de provecho, y, aunque ya lo son, buenas personas. Mi agradecimiento va desde todos los directores que han pasado en estos años por el centro, hasta Alfonso, querido por todos los alumnos. No los relaciono, pues no sería justo olvidarme alguno, pero que sepan ellos que están en mi corazón, que sepan que les respeto y les admiro, y que sepan que con ese cariño que me expreso siempre me tendrán, todos y cada uno de ellos, a una llamada de teléfono.
La Salle imprime carácter. Cuando uno ha pasado por sus aulas no sale indiferente ante las principales cuestiones y derechos de la vida. Decir 'soy Lasaliano' es decir que crees en la libertad, en el respeto a los demás, en ayudar al prójimo, en atender al desfavorecido, en ayudar al débil, y en unos principios que vienen recogidos en los Diez Mandamientos, las Bienaventuranzas, La Carta de Derechos Fundamentales de la ONU y en la Constitución Española de 1978 que tanto bien nos ha hecho.
Los dejamos un día, una mañana de septiembre de 2008, llenos de incertidumbre, y nos devuelven., 14 años después, a unos adultos con capacidad de pensar y razonar por sí mismos, para ser críticos ante la injusticia y la maldad; en definitiva, cuando mañana les caiga el bolígrafo de la mano, nos devolverán a unos Lasalianos. Lasalianos de tercera generación ya.
Cuando miro atrás me doy cuenta de lo injusta que es la vida por circular a tanta velocidad; estos 14 años que han sido una exhalación han tenido luces y sombras, han tenido alegrías y disgustos como la vida misma. Estos dos últimos años han sido tremendamente duros por la epidemia del COVID, el seguimiento de las clases por vía telemática, el encierro en casa de manera continuada con absoluta resignación y haciéndose cargo de la situación. Han sido años complejos para todos nosotros, pero para los adolescentes aún más; la privación de libertad, siempre la libertad en mis pensamientos, a esa edad, ha debido ser peor que un castigo divino.
¿Pero saben lo que más me alegra de estos 14 años en La Salle? Que mis hijos, Àngela y Toni, han sido, y son, felices, y eso no se paga con dinero. Solo por eso estoy agradecido a La Salle y a su modelo educativo, a sus reflexiones matutinas y al buen hacer de los maestros (¡qué palabra más bonita!). Gracias, gracias y mil veces gracias.
Les hablaba de alegrías y tristezas. Tengo el corazón roto que lucha entre la evidente alegría que les he relatado y la pena por la muerte de Patricia. Allá por diciembre les hable de dos amigos gravemente enfermos; ambos han muerto en lo que llevamos de año. 55 y 50 años. Jaume y Patricia. De la misma enfermedad, del mismo diagnóstico cruel. Les quedaba tanto por vivir, tanto por hacer, tanto por reír.
Casualmente, en la radio del coche ha sonado la última canción del añorado Pau Donés y unas lágrimas han ido descendiendo lentamente. Patricia era, es, me niego a usar el pasado, una gran persona. Ha sido luchadora hasta la extenuación. No olvidaré nunca el ejemplo que nos has dado cuando las cosas venían mal dadas; tampoco olvidaré tu risa inconfundible, espontáneamente contagiosa.
Te has ido para no volver, como dice Vanesa Martín. Aquí nos quedaremos muy solos; intentaremos continuar con las lecciones que nos diste de solidaridad para los que están peor que nosotros; tú, que estabas herida de muerte, te preocupabas de los demás. ¡Qué valor, qué coraje y, sobre todo, qué corazón tan bondadoso!
Los psicólogos dicen que cuando una persona sufre una pérdida lo que debe hacer es escribir una carta de despedida e, inmediatamente, romperla y así iniciar el duelo. Esta es mi carta de despedida. La Plaza de España no será lo mismo sin ti y tu alegría, y, sobre todo, paradojas del destino, tus ganas de vivir.
Siempre fuiste una gran viajante, y ahora afrontas este último viaje como te gustaba hacerlo, sola. Nos dejas huérfanos de ti con todo lo que esto conlleva. Muchos te tendremos presente en nuestro corazón.
Como saben, cuando se mezclan sabores lo llamamos agridulce; así me siento yo al mezclar las alegrías y las tristezas del título. En definitiva, una lección de vida en su conjunto, y la vida sigue; no queda otra que continuar en la pelea.