Los daños colaterales siempre se presentaron como parte de un sistema de engranaje del horror para la consecución de unos fines cuya justificación jamás sería aceptada. Por nadie. Pero la rueda del mal seguía girando desde hacía milenios en la historia de la humanidad. No iba a ser ahora cuando esta especie iba a dejar de cometer desmanes a cuenta de otros. Para muestra bastaba con mirar alrededor de todo el entramado de informaciones que nos asedian diariamente. Cuando no es una bomba en Oriente, lo es en Occidente; cuando no es un huracán tremendo en Asia, con la consiguiente parafernalia conspiracional de un HAARP, es un terremoto en la falla californiana, etc., etc., y así sucesivamente. Las noticias nos asedian con una única función: que nos mantengamos al margen de los sucesos y mantenernos ocupados mentalmente en el problema, pero no en la causa y mucho menos en su solución, no tanto en los desastres geoclimatológicos como en los producidos por los conflictos en los países subdesarrollados y que consumamos de forma férrea los productos de su publicidad.
Un ejemplo que yo siempre achacaba a la manipulación de la información era que, después de abofetearnos los telediarios con lo más selecto de las barbaridades que ocurrían en la vida diaria, combinado con una buena dosis de publicidad, como un sándwich vegetal: ora pan, ora lechuga; ora huevo cocido, ora mayonesa; ora tomate, ora otra vez pan; luego nos tenían entretenidos con los deportes y el tiempo, que era el postre. ¿O es que nadie se ha dado cuenta de que la información reina son, después de la macromicrosociopolíticoeconómica, las grandes superproducciones que se montan ahora con los espacios de información meteorológica o la sección anterior deportiva? Jamás se les había dado tanta importancia a las isobaras o a una borrasca con tanto ahínco y dado tanto espacio de tiempo para agobiarnos con la temperatura de cada provincia o pueblo, uno por uno hasta la saciedad. O el espectáculo bochornoso y amarillista de si un futbolista ha cogido la sífilis o un baloncestista de la NBA se le ha ido de la mano una juerga barbitúricosexual. Vamos. Una parafernalia autosedante para nuestras mentes.
Justo cuando nos interesamos por obtener información, nos abofetean como a necios. De ahí que hayan proliferado tanto las plataformas de series o películas o incluso las de algunos reportajes históricos o científicos de dudosa reputación demostrada con extensos menús de tipologías, desde ovnis que nunca aparecen hasta gatos y lagartijas que se convierten en pumas, o cocodrilos terroríficos paseándose por el jardín de tu casa; ¡eso ya lo contaban en el medievo! Pero al gusto del consumidor. Pero por lo que también hemos de pagar un precio caro: olvidarnos de las cosas importantes y delicadas, inherentes a los conceptos más sublimes y saludables para el espíritu humano por no saber gestionar toda esa información.
CLAUDIO DE ANDRÉS ALEGRIA