Daño colateral es un término que se utilizaba en contexto de acciones bélicas, con el tiempo lo hemos adoptado para significar un efecto secundario no previsto. En la situación en la que nos encontramos que no es de guerra aunque lo parezca, los daños colaterales de la pandemia serán casi más importantes que los efectos directos en sí.
Sin ser médico, ni psicólogo, presiento analizándome a mí misma, a personas que me rodean y otras que conozco que esta pandemia causará no sólo demasiadas muertes sino toda una serie de desgracias emocionales que inicialmente no preveíamos las cuales nos llevará quizás más tiempo superar que la debacle económica. Secuelas graves para no considerarlas consecuencias del virus.
Para muchas personas que están solas, salir a la calle a diario, cruzarse con la vecina, bajar al bar o parar a comprar el pan es su manera de socializar, lo más parecido a tener una familia, a vivir acompañado, a mantenerse con vida. Otras muchas aún estando acompañadas necesitan salir a pasear, compartir con sus compañeros de trabajo, evadirse en el gimnasio o tomar una cerveza con los colegas fuera del horario laboral. Para millones de menores su rutina escolar es disciplina, aprendizaje pero también diversión, amistad, es una necesidad para desarrollarse en armonía.
A mi parecer prescindir de nuestras costumbres diarias de un plumazo nos ha supuesto pasar por distintas fases emocionales que a buen seguro los expertos tienen definidas pero en mi opinión podrían ser estas. Muchos ciudadanos pasamos por una primera fase de incredulidad junto a miedo que a medida que iban pasando los días y nos aclimatábamos pasamos a una segunda fase de rendición acatando la situación. Después llegó la tan esperada desescalada que fue un halo esperanza, una tercera fase donde teníamos la confianza que la pesadilla acabara pronto pero desafortunadamente nos llevó en poco tiempo a la fase en la que nos encontramos, desilusión a la desesperación viendo que nada mejora sino todo lo contrario.
En este tiempo personas con vida han pasado a dejar de tenerla, pero no sólo los que nos han dejado sino aquellos que padecen miedo a pisar la calle por no contagiarse, una fobia que les priva de placeres esenciales en su día a día. Hay toda una serie de personas que sufren ansiedad por no sentir el calor humano de un abrazo, de un familiar o de un amigo. Peor están los que no pudieron despedirse de sus seres más queridos, les costará años cerrar el duelo si es que lo consiguen. Niños con necesidad de correr y compartir que no quieren salir de casa. Estudiantes ávidos de sus novatadas que no tendrán mientras desesperan por encontrar una normalidad para concentrarse y seguir formándose, teletrabajadores en casa que necesitan un café de maquina en el pasillo de la oficina con sus compañeros de siempre aunque de momento lo único que tienen es un comedor que les hace las veces de despacho.
Sufrimos y sufriremos estrés, despistes, ansiedad, desasosiego, miedo, rabia, angustia, pesadillas, además de toda una serie de patologías que no teníamos y quizás nunca hubiéramos tenido. Espero y deseo que no nos acompañen los mismos años que los recuerdos de este mal sueño hecho realidad, toda la vida.