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Damnatio memoriae

Por Francisco Gilet
miércoles 09 de octubre de 2019, 03:00h

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Fue un 24 de febrero de 1974, cuando la Junta Directiva del Barça acudió al Pardo a presentar sus respetos al Jefe del Estado, Francisco Franco. La fotografía apareció en La Vanguardia, reflejando a un bajito Franco rodeado de los fracs de toda la junta directiva, con el presidente Agustín Montal a su vera. Tal escena se producía después de la imposición de la segunda insignia de oro y brillantes al presidente honorifico del club, que es más que un club. Desde esa fecha, parece que ninguno de los cerca de diez presidentes ha tenido recuerdo de los reconocimientos que figuraban en las actas del club, con respecto al difunto Franco. Es ahora, en plena deliberación de la sentencia del proceso separatista, con la detención de miembros sonrientes, más conocidos como CDR, con la sentencia del TS autorizando la exhumación de los restos de Franco, cuando el presidente Bartomeu, con un palmada en su frente, se siente en la obligación de aplicar la damnatio memoriae al hombre que su club recibía, bajo palio, en las finales de la copa que llevaba su nombre, y que, desde hace 44 años se halla sepultado bajo dos toneladas de mármol.

De repente han ido apareciendo antifranquistas agazapados, silentes ante la historia de un dictador que, después de 40 años de régimen, murió en la cama, tras una espantosa gestión de su agonía, con el llorica Arias Navarro a sus pies. Son escasísimos los dictadores que han logrado morir en una cama de hospital. Sin embargo, parece ser que, tanto para el Barça y otros grandes audaces, ahora ha llegado el momento de cumplir lo que el TS califica como «el propósito de poner fin sin más demora a una situación prolongada durante décadas en sintonía con el que el Gobierno entiende que es el sentir mayoritario de la sociedad”. Es decir, que la Asamblea de socios barcelonista con su presidente a la cabeza, está en comunión con ese propósito gubernamental que se ajusta al silencioso «sentir mayoritario» de la sociedad. Una sociedad que, sorprendentemente a acudido, en forma inhabitual, a ver esa losa de dos toneladas. Y a echar mano de los «Los cipreses creen en Dios», por ejemplo.

Sin duda alguna, Sánchez ha superado la prueba que no logró su nefasto antecesor socialista, ZP. Ha conseguido resucitar a Franco de la historia, provocando que los nietos pregunten quién era y que hizo el personaje de marras. Y de paso, inducir a rememorar una contienda, una guerra civil, de la cual ninguno de los bandos puede sentirse muy satisfecho u orgulloso. Ni los «nacionales» vencedores por disciplinados, ni los «rojos» derrotados por incompetentes.

Claro que esa no es la finalidad última ni de ZP ni de su sucesor. El socialismo español no se distingue, precisamente, por un aprecio a la real historia, sino por su afán de escribirla a su conveniencia, supedita a la remoción de fracasos y a la exaltación de fanáticos éxitos. Sin embargo, hay puntos oscuros que no hay que alumbrar; no es políticamente correcto. Tan políticamente incorrecto como recordar que el reinado de Felipe V contempló la creación de los Mossos d,esquadra, o que Azaña montó los Guardias de Asalto, bajo el cuidado de Indalecio Prieto. Ahora es el momento de izar otros pendones que recuerden la tricolor, tapando el haraquiri del Movimiento Nacional en las Cortes, la ley de Reforma Política y, de paso, toda la Transición.

No es sino la versión moderna de esa situación que encantaba a los senadores romanos, la damnatio memoriae, o sea, condenar el recuerdo del declarado enemigo del Estado, siempre después de muerto, naturalmente. Sin embargo, en el caso de los socialistas españoles, hay que añadir un matiz; esa condena del recuerdo, ese abocamiento al olvido no solamente afecta al enemigo, al dictador y a su régimen, sino también a la historia del socialismo desde que fue parido por el impresor Pablo Iglesias. Los desastres económicos, los planes agrarios nefastos, los contubernios con la FAI, con los POUM, con los PNV, con el PC, el Lenin español Largo Caballero, el asesinato del jefe de la oposición, Paracuellos, Cabra…, todo eso también debe ser objeto de la damnatio memoriae. Para cavar la gran fosa del olvido, hay que cerrar el paréntesis abierto en el 78 y abrir otro que conecte con el 31, cegando la historia de la revolución del 34 o del Estat Catalá o de la purga de anarquistas, o de la entrega del gobierno a los comunistas estalinista o del desvalijamiento del Banco de España. Así, con el raspado de los hechos históricos convenientes, con la eliminación tanto de estatuas, como de bustos se pretende que surja un socialismo pulcro, democrático, progresista, feminista, inclusivo y…, honrado naturalmente.

Sin embargo, Calígula, Nerón, Galba, Domiciano, Cómodo sufrieron de esa damnatio y siguen vivos en la historia. Aunque, obviamente, al doctor Sánchez, tal circunstancia le es absolutamente desconocida.
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