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Cuestión de proporción

lunes 21 de julio de 2014, 18:56h

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Históricamente, la relación de las partes entre sí mismas y de éstas con el todo ha sido objeto de estudio y análisis por mentes brillantes y preclaras. Ahí tenemos el Canon de Policleto, o El Hombre de Vitruvio de Leonardo da Vinci, por poner solo dos conocidos ejemplos.

Se considerará virtuoso aquel trabajo, aquella obra escultórica, arquitectónica, que consiga que entre sus partes y el todo exista una adecuada proporción.

Analicemos, desde el punto de vista de la proporción, algunos de los datos que hemos conocido últimamente.

El Govern de Bauzá se va a gastar 36 millones de euros en construir el primer hotel público de España justo al lado de un Palacio de Congresos que tiene espantada a la ciudadanía. No hay dinero para educación ni para sanidad, pero sí hay 36 millones de euros para estas obras, mediante la graciosa figura del “préstamo reintegrable”, sin que quede claro quién y cómo reintegrará ese dinero.

Simultáneamente, el Gobierno del Estado transferirá 170.000 euros para combatir la violencia de género. El mismo Ministerio, el de Ana Mato, transferirá unos 800.000 euros para combatir la pobreza infantil.

Hagamos los cálculos y obtendremos que acabar el infausto Palacio de Congresos y el hotel público costará 36 veces más que el dinero que se aporta para luchar contra la violencia de género y la pobreza infantil.

A lo mejor esta proporción se sostendría en algún otro universo en el que las formas de vida se compongan de hormigón armado, especialmente en la parte del rostro, pero en este universo y especialmente en este planeta la proporción económica debería ser distinta, en tanto en cuanto parece más importante el hambre de un niño o la vida de una mujer que el maldito Palacio de Congresos. Digo parece porque solo lo parece. La realidad demuestra que, para el Govern y para el Gobierno esto no es así. Son 36 veces menos importantes.

Claro que la cosa viene de lejos. Ya dijimos que las primas prometidas a los multimillonarios futbolistas y técnicos de la selección española de fútbol eran solo algo inferiores en cuantía a todo lo presupuestado para el Plan ADO de los próximos dos años.

Pero es que además esas primas a los futbolistas suman seis millones de euros más que todo lo que el Ministerio de Ana Mato va a aportar contra la pobreza infantil (un total de 17 millones de euros).

Esa proporción servirá también para analizar la actualidad de uno de los conflictos más sangrientos de las últimas décadas.

Israel tiene todo el derecho a defenderse de las agresiones que sufre por parte del terrorismo islámico. Nadie puede dudar de ese derecho, en tanto en cuanto forma parte del concepto internacionalmente reconocido de legítima defensa.

Sin embargo, uno de los requisitos para que la legítima defensa sea precisamente legítima es que los medios empleados para repeler un ataque sean proporcionales a los medios empleados por el agresor. Dicho de otra manera, no se puede pegar un cañonazo a quien simplemente trata de darte una bofetada. Véanse los capítulos 2 y 3 de la primera temporada de El Ala Oeste de la Casa Blanca.

Y es evidente que los acontecimientos de los últimos quince días en la franja de Gaza son una muestra de conversión de la legítima defensa en ilegítima.

Bombardear, cañonear e invadir con cientos de blindados y miles de soldados un territorio que es la décima parte de Mallorca y en la que se hacinan más de un millón y medio de personas, matando a más de 500 palestinos, muchos de ellos niños, no parece ser muy proporcional con la agresión sufrida. Al terrorismo se le combate con la Justicia, no con la muerte de niños e inocentes a manos de un poderoso ejército que no duda en disparar a hospitales, colegios, casas o playas plagadas de civiles desarmados.

Me bastó escuchar al portavoz del ejército israelí diciendo que el problema de la muerte de los niños es que la juzgamos desde “la moralidad europea”. No me interesa saber ni siquiera qué quiso decir semejante alimaña.

Otra regla proporcional en el mundo en el que vivimos es que cuanto más rico y poderoso sea tu país, más sinvergüenza puedes ser. Ahí está el caso del ínclito Vladimir Putin.

Sus fieles de Donetsk abaten un avión con 300 personas gracias al armamento que él les ha regalado, y no se le mueve ni una ceja. Es más: sospecha que en el fondo han sido los gobernantes de Kiev quienes han derribado el avión creyendo que era el propio Putin el que viajaba en él. ¿Qué haría Putin en un vuelo de Malaysia Airlines desde Amsterdam a Kuala Lumpur? Da igual. Que el sentido común no te estropee un argumento.

Lo cierto es que en una Europa en la que la independencia de los territorios parece ser causa de anatema, Rusia ha conseguido hacerse con Crimea y ahora intenta quedarse el este de Ucrania. Mientras, la UE sigue reunida analizando exactamente de qué manera hacer el ridículo en política exterior. No habla de Gaza, no habla de Rusia, no habla de Ucrania. De hecho, no habla de nada. Y eso que la inmensa mayoría de los muertos en el avión abatido eran europeos. Holandeses, concretamente.

Claro. Cualquiera se enfrenta con el amigo Putin. Da una orden y se le acaba el gas no solo a Ucrania sino también a media Europa. Ante tamaño poder, el canguelo europeo se justifica. Nada hay más proporcional que el miedo. Cuanto más insignificante eres, más miedo tienes a que alguien más fuerte te pisotee.

Así, poco a poco, llegamos a la conclusión de que la tolerancia a la desfachatez, a la sinvergonzonería y al despotismo también es proporcional al grado de sobreexposición a cada una de ellas.

Tras tanto tiempo conviviendo con mentiras, guerras, cinismo e hipocresía en los diferentes telediarios y portadas de prensa, uno se va haciendo insensible. Los muertos de hoy envolverán el pescado de mañana. Y así nos va. Hasta la próxima tragedia.

 

 
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