El domingo estuve en el correfoc de la Firabona de Palmanyola. En un inicio estaba previsto para el sábado por la noche, pero justo cuando tenía que empezar se abrieron los cielos y cayó sobre la urbanización palmanyolera el diluvio universal, lo que provocó la suspensión del evento y su traslado al día siguiente.
El correfoc fue espectacular, el mejor de todos los que he visto hasta ahora en Mallorca. Hubo dragones, parafernalia infernal y el baile de los dimonis y la pirotecnia excelentes, así como también la coreografía de la banda de tambores y panderetas, lástima que, aunque esta vez no hubo lluvia, sí soplaba un vendaval importante, que deslució un tanto el decorado, ya que dificultaba el encendido de los círculos de fuego y los apagaba continuamente. A pesar de todo, un espectáculo más que notable.
Viendo bailar a los demonios no pude dejar de pensar en las infames aceras de las calles de la urbanización, que padecí al caminar desde donde dejé aparcado el coche hasta la plaza donde tenía lugar el evento. Tal parece que su diseño tuvo una inspiración demoníaca. Por lo que he podido observar, y padecer, salvo las cuatro o cinco calles principales, las aceras del resto son muy estrechas, no creo que lleguen apenas a un metro y están provistas de múltiples obstáculos, colocados directamente sobre ellas, en forma de postes de madera de la electricidad, postes de las farolas, unos postes de concreto que ignoro de qué son, quizás de las líneas telefónicas y los postes de las señales de tráfico.
Ello que hace que sea prácticamente imposible caminar por las aceras sin tener que bajar cada pocos metros a la calzada y como suele haber coches aparcados, tienes que salir hasta donde circulan los coches, con los consiguientes riesgos que ello implica. Pero si eso es así, peor aún resulta para quienes tengan dificultades de deambulación, como aquellos que van en silla de ruedas o caminan con muletas, los que llevan cochecitos de niño o los que llevan carritos de la compra.
Y no es que Palmanyola sea una población de origen medieval, de calles estrechas, irregulares y tortuosas. No, fue diseñada y construida en la segunda mitad del siglo XX, sus calles son rectas, regulares, paralelas y perpendiculares, conformando una cuadrícula simétrica. Así que no hay excusa para haber construido unas aceras tan estrechas y, menos aún, para haberlas llenado de obstáculos que las hacen impracticables.
Pero no es que Palmanyola sea una excepción. En Palma, sobre todo en algunos barrios tradicionales de calles estrechas, sucede algo similar. En el mío sin ir más lejos, que es Son Espanyolet, concretamente la zona vecina del Pueblo Español, pasa algo parecido. Las aceras son estrechas y están llenas de postes variados, que dificultan la marcha y, si vas en silla de ruedas, la impiden por completo.
Y la situación es aún peor porque las aceras son altas y, por tanto, bajar con una silla de ruedas a la calzada es una operación que incluye un alto riesgo de volcar. Pero es que no son solo los postes, es que las aceras están rebajadas cada dos por tres para facilitar el acceso de los vehículos a garajes y cocheras, lo que las convierte en una sucesión de toboganes, y, en cambio, no están rebajadas en los cruces y cuando lo están, los coches aparcados impiden su correcto disfrute. Y el pavimento está salpicado de tapas metálicas de diversos servicios. Las hay del alcantarillado, del agua potable, del drenaje, del alumbrado público, de Telefónica, de Ono, del gas y otras de utilidad ignota no especificada en la chapa. Las hay cuadradas, rectangulares, redondas y semiovoides, las hay grandes, medianas y pequeñas y todas ellas contribuyen a dificultar la deambulación, sobre todo cuando llueve y se convierten en superficies deslizantes. Solo en la acera de la manzana de mi casa hay 13 y en la siguiente 22.
Así que caminar por las aceras de mi barrio, especialmente para los ciudadanos con movilidad reducida, en silla de ruedas, que lleven cochecitos de niño, o carritos de la compra, se convierte en una montaña rusa, una carrera de obstáculos, un ejercicio de equilibrio y un deporte de riesgo, todo en uno. La desidia y la infamia de nuestros políticos es proverbial, a lo que hay que añadir la indecencia de que cada dos o tres decenios nos acribillan a impuestos especiales para algún disparatado plan especial para el barrio, que habitualmente supone años de molestias por obras inacabables y quedar peor de lo que estábamos.
También hay que decir que los ciudadanos añadimos nuestra dosis de incivismo al problema. Nuestras aceras se llenan de vehículos que aparcan ocupándolas por entero, lo que obliga a bajar a la calzada. Y si se lo recriminas, en vez de disculparse la respuesta estándar es: ”solo es un minuto”. Por supuesto, nunca es un minuto y lo que implica es que el ciudadano que va en silla de ruedas tiene tres opciones: o espera pacientemente “un minuto” (que pueden ser veinte), o se despeña a la calzada, ya he dicho que las aceras son altas, o se olvida de las aceras y va directamente por la calzada, con el consiguiente riesgo de atropellamiento.
Lo mismo sucede en los cruces, donde hay habitualmente coches aparcados, incluso en las zonas rebajadas, cuando las hay. Con silla de ruedas o cochecito de niño, a veces hay que desplazarse diez o quince metros para encontrar un lugar en el poder cruzar, con lo que pierdes la preferencia y la seguridad de los pasos de peatones. Y, por supuesto, jamás verás policías municipales poniendo multas y mucho menos a la grúa municipal llevándose vehículos, a pesar de que el código de circulación prohíbe, con carácter general, aparcar a una distancia mínima de los cruces y, específicamente, en los pasos de peatones.
En fin, entre la incompetencia de los urbanistas, la desidia corrupta de los políticos y el incivismo de los ciudadanos, no parece que la cosa tenga arreglo, al menos de momento. Como decían en la revista Hermano Lobo, el año que viene si Dios quiere, ¡¡Aaaauuuuuu!!