En mi juventud, fui socio de Amnistía Internacional a lo largo de aproximadamente un lustro. Durante ese periodo de tiempo, envié en su nombre cartas a diversos países del mundo solicitando la liberación de presos políticos o de conciencia.
Nunca recibí ninguna respuesta. Salvo en una ocasión. Fue en octubre de 1986. El Comité Presidencial de Derechos Humanos de Filipinas me envió una carta en la que me informaba de que las cuatro personas por las que yo había expresado mi preocupación habían sido liberadas recientemente.
Cuando yo había enviado mi carta pidiendo su liberación, el presidente de Filipinas era el dictador Ferdinand Marcos, y cuando recibí la respuesta la presidenta era la demócrata Corazón Aquino, persona por la que siempre sentí una gran admiración, por su honestidad y por su integridad democrática.
Durante los seis años en que fue presidenta de Filipinas, hubo de nuevo elecciones locales y legislativas, se aprobó una nueva Constitución, se pusieron en marcha importantes reformas sociales y su país se convirtió en una democracia plena a todos los efectos.
Viuda de Benigno Aquino —candidato presidencial asesinado en 1983 por el anterior régimen—, tuvo que hacer frente durante su mandato a seis intentos de golpe de Estado y a la guerrilla revolucionaria.
Tras su retirada, en 1992, no dejó de velar nunca en favor de la profundización democrática, si bien estuvo alejada desde entonces de la primera línea política. Corazón Aquino moriría el 1 de agosto de 2009. Hace unas semanas se cumplieron, por tanto, quince años desde su fallecimiento.
Suele decirse, con razón, que hay personas que de verdad mejoran el mundo. Para mí, Corazón Aquino fue, sin ninguna duda, una de ellas.