A contracorriente
jueves 17 de septiembre de 2015, 19:06h
Entiendo perfectamente a la atrevida conductora de la vía de cintura. Resulta cansino ir siempre en el mismo sentido que el resto de los mortales. Dónde va Vicente, donde va la gente. Que la plebe se convierte al antitaurinismo radical, entonces lo divertido es meterse en una discusión y defender el arte de Cúchares, ante la estupefacción del respetable. Que la tropa es antisemita, pues defensor a muerte de Israel. Qué mal se tolera el pensamiento propio en la sociedad globalizada, volvemos a zancadas al 1984 de Orwell.
El individuo más dotado de derechos –nominales- de la historia, el hijo de la sociedad del bienestar, el que ha conseguido arrinconar males mortales hace solo una década como el SIDA, que logra comunicar La Recueja (Albacete) con Pekanbaru (Sumatra) en milésimas de segundo, o enviar un cacharro del tamaño de una lavadora a tomar fotos de Plutón, es incapaz de defender su individualidad, su singularidad cósmica, necesita la cobertura gregaria de la tribu, como esas excursiones de alemanes que se pasean por Mallorca en fila india, todos igualitos, todos con la misma moto, todoterreno o triciclo, bebiendo la misma cerveza, tomando la misma salchicha y cantando a coro Die Wacht am Rhein.
La señora del coche negro, sin embargo, acababa de llegar a la isla, criatura, y es comprensible que quien arriba a un lugar tan sumamente extraño como una ínsula preñada de aborígenes confunda la derecha con la izquierda y vea con pasmo como aquí todo quisqui se empeña en conducir al revés hasta en las autopistas. Ella no estaba equivocada, solo era fiel a sí misma. Eso, o es que era británica la puñetera.