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Contra las pseudociencias II

martes 12 de enero de 2016, 03:00h

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Las pseudociencias nos han acompañado desde el principio de nuestra evolución como especie, pero cuando nuestros conocimientos científicos eran escasos y, en muchos casos, erróneos, no suponían un riesgo significativo. Así, durante siglos, la astrología y la astronomía iban de la mano y los remedios médicos eran completamente inútiles o perjudiciales, pero tampoco disponíamos de terapias eficaces, ni conocíamos la etiología y fisiopatogenia de las enfermedades. Pero los avances en los conocimientos de los últimos tres siglos nos han permitido llegar a la comprensión de los fundamentos y mecanismos de funcionamiento de nuestro entorno, nuestro mundo, el universo y nuestro cuerpo, así como también hemos conseguido averiguar las causas de muchas de las enfermedades que nos aquejan y descubrir muchos tratamientos preventivos y terapéuticos realmente eficaces.

Sin embargo, pese a las mejoras indiscutibles que los avances científicos han supuesto para la humanidad, especialmente en el ámbito de la medicina y la salud, las pseudociencias siguen presentes entre nosotros, con una pujanza sorprendente y, de modo muy particular por desgracia, en el entorno médico y sanitario.

Pseudociencias como la astrología, la parapsicología, la memética, la psicología evolutiva o la numerología gozan en algunos casos de un auge notable y en medicina tenemos el movimiento antivacunas, la homeopatía, la naturopatía, la medicina holística, las diversas variantes del psicoanálisis, la reflexología, la iridología, el reiki, los osteópatas no fisioterapeutas, los quiroprácticos, los sanadores, la imposición de manos, la acupuntura, la moxibustión, las dietas milagro y otras tantas que me dejo en el tintero.

Todas estas prácticas tienen una característica común: ninguna de ellas dispone de evidencias de eficacia basadas en estudios y ensayos rigurosos, como aquellos a los que se someten todos los medicamentos y terapéuticas científicas antes de su aprobación. Además, suponen un peligro para los pacientes, por su inutilidad, más allá de un posible efecto placebo, por el abandono de los tratamientos realmente eficaces y por la sangría económica que significan. Existen ejemplos paradigmáticos, como el de Steve Jobs, que renunció al tratamiento científico de su cáncer y recurrió a la medicina holística, con los resultados nefastos que todos conocemos. Cuando, en virtud de la inutilidad manifiesta de la pseudociencia decidió recurrir a la oncología, ya era demasiado tarde.

Las pseudociencias corrompen la cultura y ponen en peligro la vida y la libertad de las personas y son tanto más peligrosas cuando reciben apoyo institucional, ya sea de gobiernos, organizaciones internacionales, empresas multinacionales, religiones o figuras de relevancia internacional. Un ejemplo desgraciado es el de la acupuntura y la moxibustión, que, pese a la completa falta de evidencias científicas demostrables, fueron declaradas Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad por la UNESCO en 2010. Otro ejemplo nefasto es el de Carlos de Inglaterra, heredero al trono del Reino Unido, defensor impenitente de la homeopatía con una dedicación digna de objetivos más dignos.

También, por desgracia, muchas universidades pretendidamente serias, entre ellas algunas españolas, ofrecen estudios reglados o másters, u organizan encuentros, seminarios, congresos, talleres o conferencias sobre disciplinas como la mencionada homeopatía, que no es sino un remanente de la alquimia disfrazado de especialidad médica y sus tratamientos tienen la misma eficacia que la que tenían los intentos de transformar el plomo en oro de los alquimistas medievales. Es decir, la homeopatía es a la medicina lo que la alquimia es a la química.

Las autoridades políticas y académicas deberían ser mucho más proactivas en la persecución del fraude científico, social, profesional y económico que significan las pseudociencias, al igual que se persigue a las sectas religiosas destructivas, así como también en la instauración de programas educativos en nuestras escuelas, que formen adecuadamente a nuestros jóvenes para que sean capaces de detectar y evitar a charlatanes, embaucadores, farsantes, impostores, timadores y vendedores de crecepelo.

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