Cada año cuando llegan estas fechas me pregunto por qué el día 6 de diciembre celebramos la festividad de la Constitución si realmente fue el 31 de octubre cuando se aprobó. Desde entonces, hemos otorgado mayor importancia a la fecha de ratificación que a la de aprobación. Salvando estos aspectos formales, creo que hoy es interesante hacer una reflexión entorno a la relación entre la carta magna y la educación.
Desde la aparición de la primera Constitución en España, en 1812, la conocida como “La Pepa”, la educación ha sido uno de los principios que se ha repetido en las nueve cartas magnas que han regido nuestro país excepto en la de 1834 y 1837 bajo la regencia de Cristina de Borbón y la de 1876 bajo el reinado de Alfonso XII. Paradojicamente, la de 1837 fue una Constitución progresista y pasó por alto el asunto de la educación. Excluyendo estos casos, desde hace más de doscientos años, la sociedad española tiene interiorizada que la educación es un pilar fundamental de la sustentación del Estado y del crecimiento de la sociedad del bienestar.
Al margen de las diferentes apreciaciones y matices que subyacen en los diferentes textos constituyentes el valor de la educación siempre se ha recogido como elemento de construcción de conocimiento del ciudadano para acabar con el analfabetismo que imperaba en ese momento y del acceso a la educación. De hecho, fue en 1857 cuando se aprobó la primera Ley de Educación tras el intento fallido de la Reina Isabel II en 1856 de modificar la carta magna.
Tras este breve repaso histórico que pocas veces se hace, y ahora que llevamos semanas celebrando diferentes actos para conmemorar el cuarenta aniversario de nuestra Constitución, les pregunté a mis alumnos qué sabían sobre la Constitución española. No me pudieron contestar muchas cosas. Lo más interesante fue una pregunta formulada por un alumno de Bachillerato: ¿Por qué no estudiamos más aspectos relacionados con la Constitución?
Ahí está la cuestión. Nuestros alumnos son huérfanos de conocimientos sobre nuestra carta magna. Por este motivo no entienden muchas discusiones políticas que se están produciendo a día de hoy en España, por ejemplo, en Catalunya. Ahora es el momento ya que se pretende volver a abrir el melón de la reforma educativa, dar un paso al frente y hacer una apuesta firme y decidida para introducir estos contenidos en una asignatura nueva o modificar alguna asignatura ya existente en aras a favorecer el espíritu crítico de nuestros pupilos.
En España somos amantes de querer copiar modelos educativos extranjeros, pues bien, hagámoslo. Los conocimientos constitucionales de un alumno francés o estadounidense son infinitamente superiores a los de uno español. Un estudiante americano recita a la perfección los colores de su bandera y a los 48 presidentes de los Estados Unidos. Uno francés lleva impregnado en su conocimiento los principios de liberté, egalité y fraternité vigentes desde 1789.
Mientras tanto, en España pocos saben quiénes fueron los padres de la Constitución y cómo se llegó a la decisión de transformar España en un país democrático. Pocos conocen quién es Suárez o Carrero Blanco. ¿Por qué no lo hacemos con nuestros alumnos? Ya que apelamos continuamente a los valores constitucionales, seamos valientes. Las próximas generaciones lo agradecerán.