Conocerse a sí mismo

En la década de los años 90 del siglo pasado, me encontré con esta valoración: “He llegado a la convicción de que el obstáculo más grande al verdadero discernimiento (…) es el hecho de que no nos conocemos suficientemente a nosotros mismos, y no queremos ni siquiera conocernos cómo somos verdaderamente. Casi todos nosotros nos escondemos detrás de una máscara, no solo frente a los otros, sino también cuando nos miramos al espejo» (Thomas Green). No iba descaminado. Un gran problema para una vida sana y plena de satisfacciones.

“Conocerse a uno mismo no es difícil, pero es fatigoso: implica un paciente trabajo de excavación interior. Requiere la capacidad de detenerse, de ‘apagar el piloto automático’, para adquirir conciencia sobre nuestra forma de hacer, sobre los sentimientos que nos habitan, sobre los pensamientos recurrentes que nos condicionan, y a menudo sin darnos cuenta” (Francisco). ¡Qué importante es adquirir esta conciencia!

Conocerse a sí mismo exige diferenciar entre emociones y capacidades, distinguir, como nos sugiere Francisco, entre sentimientos, experiencias personales y convicciones, entre deseos e inclinaciones y voluntades resueltas o decisiones firmes. La vida, si estamos atentos a ella, nos enseña que muchas veces todo ese mundo tan complejo e infinito, que habita en nosotros, puede estar un tanto distorsionado y descentrado. Tan es así que nos induzca a limitar nuestra libertad o a ser coherentes, en el actuar concreto del día a día, con lo que realmente cuenta: el proyecto de vida.

“Cuando digo que sí a cosas a las que debería decir que no estoy creando resentimientos. No genero más compromiso, sino más distancia y eso a la larga se convierte en un problema para cualquier relación” (Faith G. Harper). Sin duda. Pero, a mi entender, el problema que se genera, cuando no se acierta comunicar los propios límites, estriba en la contradicción en que se incurre con uno mismo, con el proyecto de vida fijado de antemano, con el alejamiento del estado de crecimiento y maduración personal. Y todo por no conocerse a sí mismo o por no actuar en armonía con el conocimiento de sí mismo, sabedor de las circunstancias personales que pueden distorsionar un buen discernimiento y, en consecuencia, el acierto en la decisión.

Todo ello, en realidad, es algo bastante archisabido, aunque, en muchas ocasiones, desatendido al dejarse llevar por motivaciones (amor propio, aparentar lo que no se es, soberbia, debilidad, atender al qué dirán, seguir las modas del momento, etc.), que nos apartan de la realización del proyecto de vida fijado. Precisamente, aunque te parezca mentira, aquí radica el juego de la propia vida. Al final, resulta que, por defectos e inclinaciones que no hemos sabido corregir ni orientar, nos engañamos a nosotros mismos. Acabamos haciendo realidad el dicho de mons Nicolas Castellanos: “Si no vives como piensas, terminarás pensando como vives”. Esto es, pensarás y vivirás atado a la frustración y al fracaso.

A evitar semejante estado de frustración, que acabará por cegar tu capacidad de reaccionar, te ayudará a buscar los necesarios espacios de intimidad contigo mismo. Su oportunidad viene dada porque facilitan el poder ver, con relativa periodicidad, lo que ha pasado 0 está pasando en tu vida, qué motivaciones te indujeron, cómo te sentiste en las diferentes situaciones vividas, cuáles son las ‘contraseñas’ de tu corazón frente a las que eres especialmente sensible y que se deben conocer para acertar en las decisiones futuras.

Este íntimo momento con uno mismo, a veces difícil de encontrar dado el ajetreo de la vida, es muy importante. Ahí se encuentran las claves para evitar posibles manipulaciones futuras, provenientes de la tentación, siempre presente, de actuar en función de eslóganes superficiales. Ya nos lo enseñó Aristóteles: “El conocimiento de uno mismo es el primer paso para toda sabiduría”.

Gregorio Delgado del Río