Salvo sorpresas de última hora, el Congreso de los Diputados aprueba hoy, con el voto favorable del PNV, la proposición no de ley reconociendo a Edmundo González Urrutia como legítimo ganador de las elecciones venezolanas, tras el indecente pucherazo perpetrado por la dictadura bolivariana, atrincherada en sus embustes e incapaz siquiera de exhibir unas actas electorales manipuladas para tratar de camuflar su golpe de estado.
En abierto contraste con la vomitiva posición silente del Gobierno -que ha quedado sin un solo argumento para justificar el esperpéntico papel de su ideólogo, José Luis Rodríguez Zapatero, mejor amigo y blanqueador de dictaduras-, el parlamento español insuflará esperanza en los corazones de millones de ciudadanos venezolanos que anhelan la recuperación de unas libertades democráticas absolutamente incompatibles con esa caricatura caribeño-comunista que es el llamado bolivarianismo.
Mientras tanto, Pedro Sánchez busca que la Unión Europea le evite tener que marcar una posición genuinamente española ante el ilegítimo gobierno usurpador de Maduro, como si los intereses y lazos de Bélgica, Estonia o Hungría con Venezuela fueran los mismos que los nuestros. Que, tras varias semanas, España no haya manifestado aún su repulsa y condena por semejante latrocinio desnuda por completo los fundamentos ideológicos del sanchismo.
Sánchez pierde la escasísima credibilidad que le quedaba y lo hace, además, tras un fin de semana en el que afirmó que se disponía a gobernar aunque no tuviera apoyo parlamentario, lo que ha soliviantado a los grupos radicales que aún le prestan apoyo, reducidos a meros comparsas.
Es la antesala del bolivarianismo patrio, la del poder autojustificado y de espaldas a la mayoría social, que siempre supimos que Sánchez trataría de retener a cualquier precio. A cualquiera.