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Cien días de vértigo

Por Victoria Campins
martes 03 de abril de 2012, 12:06h

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A la velocidad con la que se suceden los acontecimientos políticos y económicos, este artículo ya habrá quedado probablemente desfasado cuando usted lo lea, aunque lo cierto es que ése es en parte mi objetivo:
invitar a la reflexión sobre la aceleración con la que vivimos los tiempos actuales, pendientes minuto a minuto de cada movimiento en las Bolsas, de los vaivenes de la prima de riesgo y de cada declaración de los líderes europeos y la posterior avalancha de reacciones. Constantemente atemorizados ante el fantasma de una intervención de las cuentas españolas por parte de la troika comunitaria y con la presión de someternos cada día a examen. Ésa se ha convertido en nuestra realidad cotidiana: aplicar las recetas económicas sin rechistar
demasiado (o como mínimo no proyectar esa imagen hacia el exterior), esquivar la amenaza de "los mercados", dejar de estar en el ojo del huracán... Supervivencia pura y dura, como la de miles de familias de este país.

Es en ese contexto en el que cabe analizar, desde mi punto de vista, los primeros cien días de gobierno de Mariano Rajoy, con un paquete de reformas intenso, plagado de contradicciones respecto a un programa redactado y sometido al electorado hace tan solo unos meses. Tiempos difíciles que requieren medidas extraordinarias, nos dicen, con escaso margen de maniobra y autonomía en el ámbito económico, como limitado fue en la última etapa del ejecutivo de Zapatero.

Más allá del análisis pormenorizado de la justificación/equidad/necesidad de cada una de las medidas adoptadas y de su grado de valentía o sumisión, quizá cabría dejar margen para una reflexión más sosegada  y ser capaces de preguntarnos y debatir sobre cuál debe ser la hoja de ruta de nuestra país y de la Unión Europea: cuál queremos que sea nuestro modelo económico y social y cómo podemos conseguirlo, con perspectiva histórica y capacidad de imaginar el futuro (sin miedo) más allá del cumplimiento de un objetivo de déficit.

Quizás así nuestros gobernantes serían más coherentes y sus medidas más fáciles de comunicar y, por extensión, de asumir por parte de la ciudadanía por duras que fueran.

 

 

 

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